martes, 29 de octubre de 2013

Intermitencias de un rostro (II)


Relee la libreta.

Martín Soto tiene escrito.

No le suena y ella es de las que se acuerdan de las combinaciones de nombres. Igual se arriesga porque está segura.

“Vos y yo nos conocemos”.

Insiste.

“¿De dónde nos conocemos?”

Ehhhhh…

Es como un ataque. O Martín parece sentirlo como un ataque. Porque la observa y no contesta hasta que se sienta.

 “Creo que no. O no me acuerdo…”.

María se convence de que la gente se parece a otra gente.

“Perdoname, te confundí con alguien. Lucio quiere que me ayudes a buscarle una estructura diferente a unos documentales…”

La charla comienza a ser trabajo y ella piensa que de verdad es un equívoco. O que tal vez lo vio en una fiesta o compartieron un consultorio médico circunstancial. Pero si fue así está claro que ella no se le quedó a él. Y le duele. Y es tonto que le duela, lo sabe. Quizás tiene que ver con su última sensación de soledad. O su pregunta -la diaria- acerca de su relación con Lucio, tan poco necesaria. 

Entonces el gesto.

Un gesto que sólo puede combinar con la cara de ese hombre de unos 40 años, alto, un poco feo -pero también interesante- que está sentado en su oficina.

La intimida. Con sólo mostrarle ese gesto la intimida.

Y ahí la repetición, al mover la boca y mirar hacia un costado con cierta bajada de cabeza. Todo al mismo tiempo.

No lo duda. Ella  vio ese rostro y ese gesto. 

 “Yo te conozco”, insiste.

O ataca.

Afirma.

Martín no responde.

3 comentarios:

  1. muy bueno.
    me parece que estás hablando de mí. o me estás atacando. qué divertido.
    ¿qué hace la mano del jefe en el rostro?
    ¿sólo hasta la parte tres? no tengo idea dónde va a ir.



    abrazo

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    1. Ay, no sé quién sos porque aparecés como anónimo. Pero seguro que no te estoy atacando.

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  2. sí, sí, más bien: decía por el personaje, por la narración.
    disculpas, sk,

    f

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