martes, 19 de febrero de 2013

Julieta en mi cuerpo


Sábado tres de la tarde. Mi cama está a tope.

Opción, libro en la pieza de las mellis. “Lengua madre”, de María Teresa Andruetto. Julieta –una de las tres mujeres que tejen la trama- es hablada en tercera persona.

“Soñó que se incorporaba en la cama y que su madre la abrazaba. En el sueño ella sabía que su madre estaba muerta, que abrazaba a un cadáver, los huesos y jirones de su carne, y ya no sentía rencor sino un dolor inmenso y un poco de aprehensión”.

Después siesta.

Me despierto con la voz de Emilita que pide agua. Y mientras de manera automática me levanto para alcanzarle el vaso (¿por qué me lo habrá pedido a mí y no a Diego?) me doy cuenta.

Soñé.

Pero soñé como si fuera Julieta.

No es que soñé que era Julieta.

Yo soñé como si fuera Julieta.

Creo que nunca antes me había sucedido una experiencia parecida.

Domingo a la mañana.

Mate. Las chicas duermen y Diego lee diarios. Yo termino la novela.

Y lloro.

Obviamente.

domingo, 17 de febrero de 2013

Catálogo de faltas


Uno más para la lista.

María Teresa Andruetto en su “Lengua madre” –gracias Dani por presentármela- me lleva hasta la localidad de Villegas, en donde uno de sus personajes busca las huellas de un padre que nunca conoció. Julieta -hija y protagonista- se encuentra sin proponérselo con una historia de Manuel Puig. 

Una mujer le dice que es la sobrina de Nené, la de “Boquitas pintadas”. En ese momento para mí se corta la novela –que me interesa- y se cuela una idea levemente atormentadora: “Puig, otro escritor deseado del que nunca leí nada”. Y van tantos.  

Entonces me acuerdo de él que decía.
Aclaración: Él no es Puig, es Oscar Raúl Cardoso, uno de los grandes del periodismo argentino.

Años de radio y producción. El tipo te desarmaba la trama de una manera que siempre sorprendía e indefectiblemente te dejaba pensando quiénes eran los buenos y en dónde había que ubicar a los malos. O mejor aún, te hacía descreer de los buenos y de los malos.

Era peruca hasta los bigotes y relataba fuera de micrófono historias jugosísimas –no insistan, no las voy a repetir- de los personajes más interesantes. Tenía esa manía que despuntan los cronistas: saben contar los hechos como si los estuvieran escribiendo, aunque sea en la mesa del bar del gallego con las infaltables medias lunas (el café no era lo más recomendable, pero…)

Yo fui testigo. 

Seguramente fue en alguna de esas reuniones de producción. Oscar Raúl Cardoso –que era un irónico profesional- dijo sin una pizca de ironía que lloraba por los libros que aún no había leído. Y por los que nunca iba a alcanzar a leer.

Me acuerdo de ese día porque para mí fue revelador. Cardoso y yo podíamos sentir lo mismo. Con la distancia de biblioteca que había en la cabeza de cada uno de los dos.

Tal vez de eso se trata.

Nunca alcanza.

jueves, 7 de febrero de 2013

Tokio al margen


Paso a saludar -visita de hija- y se me impone.
  
“¿Qué es?”, digo. Y mi vieja, “Todavía no lo leí”.

Igual me lo llevo. Elsa me perdona el arrebato a mano armada, como siempre.

Es que los títulos de los libros me pueden. Los intrigantes y también esos que son una pequeña obra de arte. Ejemplo: de ninguna manera hubiera dejado pasar “La soledad de los números primos”.

También me rindo ante las historias de suspenso bien escritas. Y siento fascinación frente a la letra nipona, aunque –confieso- no me metí con mucho autor japonés.

Me lo debo.

Y me pago una cuota con Keigo Hagashino.

Empecé a leer “La devoción del sospechoso X” ilusionada. Sin embargo casi, casi me voy antes de tiempo de ese Tokio al margen. Seguramente si el principio no hubiera sido tan… oriental, me habría escapado.  

¿Cuál es ese mecanismo que te engancha a un argumento? En este caso la llave de encendido fue una simple caminata de un matemático por un Tokio alejado de la metrópoli. Una caminata que después repite varias veces, y en más de una oportunidad acompañado de un excéntrico profesor de física.

El matemático y también el físico me anclaron a la historia.  

Cuando escribí guiones de matemática y matemáticos aprendí que a esos hombres tan raros, obsesionados por las fórmulas, no sólo les importa resolver problemas imposibles. Para estos personajes –que muchas veces viven una realidad paralela- un teorema debe ser además una creación que transmita belleza. ¿Qué quiere decir? No lo se. Pero me emociona esa búsqueda. Más aún  en gente que parece tan fría y calculadora. Puro prejuicio seguramente.   

En “La devoción del sospechoso X” hay teorema. Y también hay belleza.

Quizás me sobraron algunos capítulos de la primera parte. Si fuera editora hubiera aconsejado ingresar al territorio del crimen sin tantas explicaciones. Pero vale igualmente. Y además, ¡yo no soy editora!

Soy guionista, lectora, a lo sumo escribidora. Y soy madre.

Morena se mira en el espejo. Me acerco.

Ese reflejo que mi niña de tres festeja parada junto a su madre –que también se mira y la mira-, tiene mucho que ver con las sospechas que se levantan sobre un devoto X. Sutilezas de un escritor japonés que alguna vez fue ingeniero y hoy se dedica a construir suspensos.

Rótulo: Novela negra. Los matices con suerte llegan al gris.  

Pregunta: ¿Y dónde están las chicas matemáticas y físicas? En las sagas de los libros, no. Definitivamente.