jueves, 29 de noviembre de 2012

Clásicos infantiles

Laura me hizo llorar. Bueno, en verdad Anne. Pero fue por culpa de Laura.

El primer libro que le leí a Cami por entregas fue Dailan Kifki. Lo tenía firmado. Una vez de adolescente me acerqué a una mesa de la Feria del Libro y le conté a María Elena Walsh que era mi preferido de la infancia. Y me escribió algo así como para Silvina y sus viejísimos recuerdos.

Ese mismo libro -el que estaba firmado- le leí a Cami a sus cinco todas las noches. Después vino Mujercitas. Debo confesar que  me tomé algunas licencias con el clásico que no debe faltar en la educación sentimental de toda niña. Se escribía tan diferente en el siglo XIX…

Vale dice que tenía amigas que adoraban a Meg. Mi espejo en cambio siempre fue Jo –el de Vale también-  y me parecía que nadie podía elegir otro personaje. Pero Cami desde el principio se identificó con Amy. Y me sorprendió. Le gustaba esa chica con sus vestidos y sus pinturitas y no le molestaban sus caprichos. Hoy no se con quien se hermanaría. Es que se me está convirtiendo en una rockerita.

Mirá que diferente. Yo la tenía en la contratapa del diario Río Negro primero, en los libritos después. Cami la conoció por Internet. Y More y Emi se sacaron una foto con ella en pleno San Telmo. Mafalda fue el puntapié real hacia la lectura en soledad de mi hija, la grandecita. Pero me necesitaba cerca. ¿Qué es Vietnam?, preguntaba de repente. Después la historieta en casa devino en una serie de tomos de Gaturro, ¡que le vamos a hacer! Aunque rechace con mis entrañas a Nick, también le agradezco desde las entrañas que haya convertido en lectora a mi hija.

Hoy Cami lee sola, por supuesto. 

Un día me permitió ingresar en su habitación, el templo de sus lecturas. Y nos hicimos un humilde banquete literario. Incluyó lágrimas. 

De la madre, por supuesto.

Cuando era bebé Laurita le regaló la batita más linda. Era de un color azul eléctrico me acuerdo. Después, no puede ser que a esta chica nadie le compre una pelota. Y se la trajo. La barby con más onda, con ropa más canchera, la de la tía que a media lengua Cami llamaba Pava. Y a los 11 lo mejor.

Resulta que yo tenía toda la saga de la niña Shirley menos Anne la de los Tejados Verdes, el primero de la historia. Y Laurita se lo regaló para su cumple. ¡Qué contenta me puse!!! Nunca se me había ocurrido que podía comprárselo. El Dailan y Mujercitas eran míos, originales de mi biblioteca.

Ese mismo día, cuando Lau y su prole se fueron, lo empezamos. ¿O fue a la mañana siguiente?  Cami estaba acostada y yo sentada contra la pared. Leía una y leía la otra. Y cuando me tocó a mi otra vez, la voz empezó a cortarse. A entrecortarse. Fue cuando Marilla Cuthbert  decidió que no iba a devolver a Anne ni la iba a dejar con una mujer malvada. Ella, que esperaba a un varón, decidió criar a una niña. Cami me miraba. No solo me miraba.  Me decía Ay mamá. ¿Por qué llorás?

¿Cómo explicárselo?

Cuando empezamos a leer no sólo me reencontré con un personaje muy querido de mi infancia. Se me vino también –y sin aviso- Silvina niña. Entonces se me apareció la imagen de mi pieza en la mañana patagónica y yo toda tapadita con el cubrecama naranja setentoso. A veces me ponía guantes para leer. Es que había una sola estufa para una casa bastante grande. Y se me vino mi tía Nomi que dice cada vez que nos vemos que sus amigas le siguen preguntando por la chiquita que leía todo el tiempo en la playa de Monte Hermoso. Y se me vino la vez que ya grande vi todos mis libros juntos y dije todo eso leí, aunque sabía que faltaban muchos y que tenía que agregar los que pedía en la biblioteca de Roca. Y se me vino Marisú que me contaba que iba a regalarme Los Hollister pero que vio esos lapicitos tan lindos y entonces cambió de idea. Y yo que pensaba, los lapicitos son hermosos, pero que lástima.

Cami siguió leyendo a Anne en soledad, como lo hace siempre. Cuando me contó que Matthew se moría se me volvió a cerrar la garganta y otra vez se me piantó el lagrimón. Imaginate la cara de la pre adolescente.

Se aburrió con Anne la de Avonlea y ni tocó Anne y su pequeño mundo o Anne la de la isla. Prefiere sus sagas del siglo XXI aunque a veces mira con cariño a Julio Verne. Todavía no se atrevió. Yo le insisto con Bradbury. Karina, no te veo leyendo a Mujercitas con tu varoncito, pero quien te dice en unos años un Viaje al centro de la tierra o un hombre ilustrado…

En el estribo.
Emilia, mi chiquita, ya empezó a hacer literatura. Bah, es de libro. 

Cuando sea varón voy a usar pito. Y Diego  pregunta: ¿Para qué lo vas a usar? Para ser varón.

Lógica elemental. Se imprime. Ya es un clásico infantil. Y ni lo sabe.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Canciones de El Elegido. Música que se lee.


Pedile que toque La balsa dice Elsa cuando le dejo a todas mis hijas. Eso es de Los Gatos, ma.

Tiene avisado. Sólo puede llamarme si se presenta un problema que raye lo quirúrgico. Es la primera vez que Emi y More, mis mellis, se quedan a dormir fuera de casa. Intenten imaginar. Es un acontecimiento que venimos planificando desde hace días, semanas.

Cuando hace unos meses Diego me insistió en ir a Ferro yo le dije, ¿me llevo la compu por si me embolo? Es que Silvio es –era- poco complaciente y te canta sus últimos discos, que conozco de oídas (aunque cada vez más).

Pero inesperadamente, el tipo se manda con su guitarrita y recita todas sus poesías, esas que fueron –como dice una muy linda nota de Página 12- telones de fondo de varios momentos de mi historia. Me gusta escuchar canciones que relaten. Por eso Silvio, sin duda. Debo confesar que tuve alejamientos y hartazgos. Diego en cambio es un incondicional.

Nombrame canciones le dice Diego a Vale  después de ese recital. Óleo. La cantó. El elegido. La cantó. Ojalá. La cantó. El necio. La cantó. La silla. La cantó. Hoy mi deber era. La cantó. Mujeres. La cantó. Al tibio amparo…, El enanito, Angel para un final, Playa girón, Rabo de nubes. Te doy una canción, el final. Y la lista sigue.

Cuando salieron las entradas para el Luna, no lo dudé. Esta vez yo quería ir y no solo para acompañar a mi muchacho o para salir una noche sin niñas. Y ahí aparece el cubano en el escenario. Tan seductor en su histrionismo mínimo. Está grande, pero me enamora. Conozco poco de música, pero hasta yo me doy cuenta que se trajo unos guitarristas de la hostia.

Va de memoria y sin mucho filtro: “Los amores cobardes no  llegan a amores ni a historias se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar. Ni el mejor orador conjugar”. “Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos lleva la vida”. “Soy feliz, soy un hombre feliz y espero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad”. “Cómo gasto papeles recordándote. Cómo me haces hablar en el silencio. Cómo no te me quitas de las ganas”. “Que debiera decir, qué fronteras debo respetar”. “Ahora comprendo cual era el ángel que entre nosotros pasó. Era el más temible, el implacable el más feroz”. “ “Yo me muero como viví”. Diego agrega: “Yo vivo de preguntar. El saber no puede ser lujo”.

Silvio cuenta que en un viaje desde La Habana hacia México advierte que sólo hay dos pasajeros en el avión. Él y Gabriel García Márquez. Nadie más. En la hora que dura el vuelo el escritor le relata ideas que no son novelas ni cuentos sino apenas canciones. Silvio se las guarda para ver si puede otorgarles un son. Y luego de muchos años escribe una de ellas. Esa imagen vale el Luna Park. Y hubo tanto más.

Mi vieja me dice que para una segunda cita nocturna con sus nietas menores –verdaderos ángeles-  deben pasar unos 13 años. Solicita certificado de 15  cumplidos. Si queremos más salidas, habrá que buscar otros caminos. Propuestas se aceptan. Tengo tantos pendientes…

Aquí va la nota de Página 12. Karina Micheletto describió y muy bien mis sensaciones de un viernes maravilloso. La educación sentimental tituló.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Soledades

Ocho de la mañana. Llueve. Estoy por abrir la puerta y suena el teléfono.

¿Está Silvina por favor? Es Patry que como siempre no me reconoce, aunque llame a mi casa y la única que pueda atenderla sea yo. Igual se reivindica rápidamente.

¿Querés que las lleve a la escuela? Increíble pero real. Patry tiene esas cosas que parecen de otro planeta. El circuito empieza por la primaria y termina con dos gurruminas que no entienden por qué está la tía en un auto y qué es eso de llegar tan temprano al jardín y fumarse la pre hora, cuando todavía no aparecieron sus maestras.  Por suerte están Titín y Yuyú y Lulú y Lolo. Juro que no son licencias poéticas. Son los apodos de los amigos de mis hijas. More se hace lugar entre Lolo y Titín. Empieza su jornada.

Y yo me voy. Es una mañana con tiempo (me quedan pocas). El bar está cerrado pero abre. Toco un libro en la cartera. Es recomendación de Dany, otra que sabe de letras (me estoy dando cuenta que hay muchas alrededor mío que saben, me dan un poco de envidia, algún día quiero ser como ellas).

“Tú y yo” es de Niccolò Ammaniti, un escritor romano que nació en 1966. Es un “joven” de la edad de mi Diego. Es un italiano de nuestra generación. Dicen las reseñas que tal vez es uno de los mejores de su generación.

Cuando le preguntan, el autor advierte que para algunos un espacio acotado puede restringir la riqueza narrativa. Sin embargo –asegura- abre a otras posibilidades. Y tiene razón. El hombre se remite a sus propias pruebas. En su historia hay un adolescente que se encierra en un sótano. No sé por qué me parece que hay mucho del escritor en ese chico. Tengo que investigar.

Efectivamente, Ammaniti confiesa que hay condimentos de Niccoló en Lorenzo, el protagonista de la novela. ¿Por qué me interesa saberlo? No se. Tal vez es un reconocimiento de que hay alguien detrás de la pluma. Tal vez es porque yo me creo todos los cuentos. Quizás es parte de lo que me hace llorar cuando leo.

¡Qué loco ver en un bar a una mina que trata de limpiarse las lágrimas mientras toma un café y sostiene un libro! Son las últimas páginas. El escritor dice que no le importan los finales. Miente. O eso que no le importa a mi me suena a perfecto. Es una novela que pareciera tener sólo lo que se necesita. Prolijamente bordado. Punto por punto. Y si hay pespuntes, no se notan.

Tiene otro mérito. Hizo regresar al banquillo de los directores a Bertolucci después de 10 años de ausencia. Siempre me da miedo mirar los libros filmados, pero tal vez me atreva.

“Tu y yo” debería reunirse en una habitación secreta con “La soledad de los números primos” y “La elegancia del erizo”. Sin duda son lecturas amigas, o hermanas. Para mi forman parte de una misma familia en la biblioteca virtual que se me arma en la cabeza. Las tres son historias de soledades que se conectan y se transforman. Los títulos no pueden ser más hermosos. “La soledad…” y “La elegancia…” también son películas de cine. Tampoco las vi.

Vuelve a llover. Y yo a punto de salir para el jardín a buscar a las mellis. Ni noticias de El hada Patricia, que no tiene pensado pasar otra vez por casa. Cami dice que todo lo que corta la rutina tiene que ser bienvenido. Incluso la lluvia.

Pero hoy es un día melancólico. Para quedarse adentro de un sótano y ya. Bien equipado, ojo. Como Lorenzo, el de Niccolò Ammaniti, que se pensó un mundo donde el afuera quedara afuera. También descubrió que es imposible. 

Mañana será mejor.

Gracias Dany por el libro. Ideal para un día nublado.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Bette, de Japón a Granada

Bette me escribe. Leí el blog  y me tentaste con Amélie Nothomb.

No solo eso. Bette se fue a la biblioteca que frecuenta y como no había nada de la belga que nació en Japón pidió algo de Irving. Se acordaba que yo había hablado de “Una mujer difícil”, de John Irving. Es memoriosa. Pero también es despistada.

Bette se fue a su casa con un Irving en la cartera. Antes de sacarlo tal vez se metió en su taller a pintar, que lo hace y muy lindo. O quizás pasó a por los chicos. O se fue a trabajar y después volvió para buscar a sus nenes. Vaya uno a saber cuándo Sergio y Danilo la dejaron sentarse a leer.

Bette se sienta con su libro en el living. ¿O en el patio? Y ahí se da cuenta.
Y me escribe. Acá estoy, empezando una novela sobre moros y tesoros.
En vez de John Irving se llevó a su casa un Washington Irving, señor que escribió historias sobre Granada, España, en 1832. Creo que los leí de chica. Son los cuentos de la Alhambra.

Después de reírme le contesté. Le prometí “Una forma de vida”, de Nothomb. También le voy a proponer que se elija algún Irving John.  Para cuando termine con la Alhambra, obvio.
Le tengo que preguntar si le viene gustando Irving. Washington Irving.

viernes, 16 de noviembre de 2012

El lector converso

Lo que pasa es que yo necesito que me quede algo, si no, ¿para qué? me decía, y yo trataba de explicarle que la ficción te deja mucho, aunque no te enseñe. No había manera. Félix leía sólo ensayos. Entonces se me ocurrió que "ese" podía ser el libro que lo convirtiera al novelicismo, o al cuentismo. Porque es una novela pero también relata la caída de un dictador real. “La fiesta del Chivo”, Mario Vargas Llosa. A mi gusto el mejor V L. El imprescindible.

Y se lo di. Era una especie de engaña pichanga. Tal vez mi suegro caía en la trampa.

Vargas Llosa cuenta una historia desde tres lugares diferentes. Trujillo, o el Chivo, que tiranizó a la República Dominicana hasta 1961. La patrulla que planificaba su asesinato. Y la vida particular de una de sus víctimas: Urania, mi heroína durante un verano.

“Un escalofrío le corre de la cabeza a los Pies. ¡Urania, Urania! Mira que si, después de todos estos años, descubres que, debajo de tu cabecita voluntariosa, ordenada, impermeable al desaliento, detrás de esa fortaleza que te admiran y envidian, tienes un corazoncito tierno, asustadizo, lacerado, sentimental”.

Mi suegro leyó, terminó y pidió más.
Entonces probé con “La leona blanca” y “El chino”, de Henning Mankell. Es que también son ficciones que cuentan historias. Después Félix -que se había enganchado con el sueco- siguió con la saga del inspector de policía Kurt Wallander. Creo que ese fue el momento de la conversión. Ya lo teníamos del lado de las tramas inventadas. ¡Y le gustaban!

Silvina mirá que ya me estoy quedando sin nada para leer.
Era insaciable. Y a mi me hacía feliz saciarlo.

Que “La reina del sur”, de Arturo Pérez-Reverte. ¿No tenés más de él? Y yo, que donde están y que mi vieja tiene otros. Después Saramago: todos los de mi biblioteca. “El lector”, por supuesto. No sé si  le habré dado los cuentos del alemán Bernhard Schlink. La lista sigue.


Mostrámelos primero. Después veo cuál me llevo.

La primera barrera, la que catalogaba de verdad a los libros para Félix era la letra. El tamaño de la letra. Esto es imposible, decía, y pasaba al siguiente. Pero mirá que es lindo. Pero yo no voy a poder leerlo. No se quien hace estos libros que no se pueden leer. Confieso que al cumplir cuarenta lo entendí. Aunque no llega a ser razón para que descarte una buena novela hay letras que me la hacen difícil.




A Félix y a mí los libros nos hicieron amigos.
Ahora, a los 83 años se puso un poco fiaca. Pero tengo esperanzas. De repente cualquier día se vuelve a activar el tráfico literario entre su casa y la mía. Es una de las más bonitas transacciones de las que participé en mi vida.
Se me ocurre que tal vez inventé este blog para que la gente me ayude a aumentar mi lista de recomendados. Félix es un exigente. Y cuando vuelva a la carga…


jueves, 15 de noviembre de 2012

Escritores por escritores: Juan Forn sobre Singer

Un texto pal disfrute. 
Una contratapa de Página 12 del carajo, bah. 
Escrita por Juan Forn.
Recomendación de mi amiga Ivana Steinberg  (la que sabe).


Solo una puntita, después se van al enlace y siguen. 


Cuando el primer ministro israelí Menahem Beguin estaba en Nueva York, de camino a firmar la paz con Anwar el Sadat en Camp David, mostró interés en conocer a Isaac Bashevis Singer. El encuentro (que, curiosamente, tuvo lugar pocas semanas antes de que ambos ganaran el Premio Nobel, uno el de la Paz y el otro el de Literatura) fue un auténtico desastre: Beguin le reprochó a Singer que no escribiera en hebreo, la “verdadera” lengua de los judíos, y le preguntó con desdén cómo se podía hacer funcionar un ejército en iddish. Ofendidísimo, Singer abandonó la reunión después de contestar que una de las razones por las que amaba el iddish era precisamente por tratarse de un idioma que no tenía palabra para “arma” ni para “ejército”.
Aun cuando en inglés ya se lo celebraba como un nuevo Chejov, gran parte de la comunidad judeoamericana seguía viéndolo como un cuentero licencioso y blasfemo del viejo país. Singer se limitaba a encogerse de hombros y murmuraba socarronamente: “Qué puede decir un escritor cuando hablan sus personajes”.
Puede decirse que Singer hasta fornicaba en iddish (quizás era ése el secreto de su éxito), pero cuando le llegó a su obra el momento de la consagración, de la traducción a otras lenguas, el texto “madre” que Singer exigió que se usara en todos los casos era la versión en inglés. Es decir que el Singer que conocemos quienes lo leemos en castellano, en francés, en alemán, italiano, polaco, ruso o portugués, el Singer que premió la Academia Sueca por hacer inmortal al iddish, es el Singer mejorado o depurado por él mismo en sus traducciones al inglés. Eso no le impidió dirigirse en iddish a la audiencia en su discurso del Nobel: “Escribo en una lengua muerta porque escribo sobre fantasmas. Y cuanto más muerta la lengua, más vívidos son sus fantasmas”.


Juan Forn sobre Isaac Bashevis Singer: más que un perfil, una fotografía en letras.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Work in progress

¿Tenés uno de Singer?, le pregunté a mi vieja, fuente de libros de distintas calañas. Y tenía. Todo un estante tenía.

Es que Ivana viene insistiendo con este señor.
Y yo la escucho. Porque sabe.
“Daniel Kaminer no pudo levantarse. Pidió un espejo. En el curso de la noche, la cara se le había afilado, y parecía que la perilla se le hubiera encogido. Daniel Kaminer dijo:

-          Celina, me muero.”
Así empieza.

Hace varios días que estoy con “Los herederos” y recién voy por la página 43. Mi edición tiene 307.
Volví al inicio más de una vez. Me perdí otras tantas. ¿Quién había nombrado a Clara? ¿El moribundo? Y si, la había nombrado. No soy una lectora obsesiva, pero me planteé armar un árbol genealógico de los personajes. ¿Será mucho?  

Cami me pregunta de qué se trata. Lo intuyo, pero todavía no puedo respondérselo. Se advierten aires de tragedia.
Isaac Bashevis Singer escribe en un dialecto en extinción sobre historias de una Europa oriental que ya no existe. En “Los herederos” parece como si el relato atravesara un prisma que difumina la trama en incontables familiares. Nadie parece ser feliz, o al menos abundan las contradicciones. Como en los grandes clásicos.

Se ganó el premio nobel de literatura en 1978. Es hijo y nieto de rabinos. En 1935 –cuando en Europa  ser judío era un trabajo difícil- emigró de Polonia a Estados Unidos, en donde vivió hasta su muerte, en 1991. Siempre escribió en yiddish, el dialecto de sus ancestros. Pero también cuestionó a sus ancestros.

“¿Estaba él, Ezriel, doctor en medicina que ejercía su carrera en la segunda mitad del siglo XIX, obligado a imitar un rito de magia negra que una banda de beduinos practicaba en Asia, cuatro mil años atrás? Pero Ezriel no podía prescindir  de la circuncisión de su hijo”.

Escribe con una densidad que ata, subyuga. Creo que a Ivana el polaco la remonta además a su mínima gran cuota de judeidad: su padre.  
Mi vieja fecha sus libros. Lo compró en 1981, cuando yo tenía 12 años. Vivíamos en Roca. Mi viejo todavía era lector y acumulaba ejemplares en su mesita de luz. Hoy al lado de su cama de Buenos Aires hay una radio, siempre prendida, a cualquier hora. Y ningún libro.

Me pregunto si mi abuelo León leía a Singer en yiddish.  Tal vez mi vieja sepa. No sabe si leía a Singer. No me importa. Yo lo imagino sentado en su casa tan Isaac Bashevis leyendo a Singer.

Para leerlo hay que prepararse un café, dormir a los chicos, apagar el celular y entregarse a escuchar otros universos.Ingresar en su mundo está provocando que mi lectura se desacelere.
Isaac Bashevis Singer. Una experiencia religiosa. Para mí, que soy atea.

martes, 6 de noviembre de 2012

Una forma de vida

“La lectura permite descubrir al otro conservando esa profundidad que sólo se tiene cuando estás solo”. Es Amélie Nothomb. Y se refiere a las cartas. Las que se se escriben en papel, con lapicera.

Camino a la escuela, cuando los ánimos de la pre adolescente lo permiten,  Cami y yo logramos desengancharnos del drama cotidiano que implica vivir en familia y nos contamos historias.  Somos madre e hija pero también somos chicas lectoras. Así conocimos juntas a Nothomb y "Una forma de vida".

“Estoy leyendo un libro que es raro”, dije. Y Cami, que le contara. Y ya no paramos.  

 ¿El final de la charla? En la escuela. En verdad, una cuadra antes porque la pre adolescente me oculta. 


A mi hija le narré la serie de acontecimientos. El cuentito. Para llevarse más va a tener que leer el libro. Ella quiso. Yo no la dejé. A los 15 puede ser. O vemos.


Puntapié inicial: “Aquella mañana recibí una carta diferente a todas las demás”.

Amelie tiene el don de ir construyendo trama y personaje en el mismo recorrido.

La novela desarrolla una simple charla epistolar –mentira, nada simple- entre el soldado estadounidense Melvin Mapple –destinado a Bagdad- y una escritora que se llama Amelie Nothomb.

¿Hasta donde van a llegar?, me preguntaba, mientras leía. 

Melvin y Amélie van subiendo la apuesta en cada carta hasta que los hechos atraviesan, saltan y le faltan el respeto a los mandatos morales de la ética. 

La escritora se mete con los conflictos corporales. Ella misma tiene en su pasado una historia de bulimia y anorexia. 

Se plantea también cuál es la distancia óptima entre las personas.

Y se asusta ante la consecuencia que puede acarrear un acto,  aunque esté construido a base de palabras en una carta. 

Imperdible: Nothomb desarma la relojería de la maquinaria epistolar. Y de eso ella sabe.

“La naturaleza del género epistolar me fue revelada: se trataba de un escrito dedicado a otra persona. Las novelas, los poemas, etc, eran escritos en los cuales los otros podían entrar. La carta, en cambio, no existía sin el otro y tenía como sentido y misión la epifanía del destinatario”.

Es una atrevida. En tiempos de mails y twitter estructura un libro en cartas.  

“Hay personas que ganan con el trato y otras que ganan al ser leídas. De todos modos, cuando alguien me gusta hasta el punto de vivir con él, también necesito que me escriba: una relación no me parece completa si no conlleva una parte de correspondencia”.

Envidio su capacidad de pensar historias fuera de la convención. Tal vez se deba a su pasado de europea criada en el mundo oriental. Tal vez son relatos que nacen de una paranoia que se resuelve de una manera creativa en hojas y lapiceras. O quizás simplemente es producto de su inteligencia y talento. En las novelas de Nothomb hay que estar alerta frente a los cambios de giro y dejarse enamorar al mismo tiempo por la buena prosa. Un plus. Sostengo que es difícil pensar buenos finales. Ella sabe hacerlo.

Cami recomienda “Cosmética del enemigo”. Yo también. Pero un poquito menos. Y definitivamente descarto “Ordeno y mando”. Aunque el principio se las trae… Del resto de sus libros no puedo opinar porque no los he caminado (hasta el colegio) todavía. Mi vieja, que también es lectora, me insiste con “Metafísica de los tubos”. Mi amiga María Marta me tienta con "Sabotaje amoroso". Siento que mi recorrido con Nothomb recién empieza.
Ojo! Cami lee también otras cosas. Ahora está con una trilogía. Ya terminó “Los juegos del hambre” -fue nuestra lectura compartida de la última semana- y no puede esperar a que compremos “En llamas”, que está agotado.

Me olvidaba.  Conozco además un cuento maravilloso de Nothomb en donde un hombre dialoga en distintos idiomas con cada pasajero de un tren. ¿Cómo se llama? No me acuerdo. Amelie y su cara me hacen acordar a la película francesa de esa chica que tenía su mismo nombre. Tendría que volver a verla.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Según Kaspin

“Pero qué linda”,dice Mini con su característico acelere al cruzarme por la calle. “¿Estás más flaca?”. No creo que la vecina advierta que me quité uno de los diez kilos anotados en el “debe bajar”. Y me invento que es otra cosa.
 
“Mini se dio cuenta”. (Es un pensamiento. Poco televisivo, ya se. Pero acá no soy guionista).
 
“Y Roxi tiene mucho que ver” (En este caso, la frase se escucha mientras Mini se aleja. O tal vez debería haber sido la respuesta elegida para darle a la mismísima Mini. No hubiera entendido nada).
 
El domingo a la mañana me levanté a las 7. Felicidad total. Amo a mis hijas pero adoro cuando duermen. Hice el mate, prendí la compu y me acordé de una serie de la web que venía con recomendaciones de varias chicas. Vicky la primera. La busqué–con Google es tan fácil la vida- y miré –primero sola, después con Diego- los 8 capítulos de 10 minutos que la actriz y guionista Julieta Otero realizó para fumarse con humor su maternidad.

Es divertida. Es un espejo en donde una se puede encontrar. Estereotipos al margen, algunas escenas se podrían haber grabado en mi casa, sin necesidad de guión.

Una –que es madre pero también es mujer y argentina- intenta hablar por teléfono. Imposible.

“Participá”, le grita Roxi al contestador del teléfono del señor que vive en su casa. Diego y yo nos miramos. Diego con cara de “nunca necesito que me lo digas”. Yo, con empática duda. La empatía es con Roxi, por supuesto.

Imperdibles: las “mamis” de la puerta del Jardín del Brote. Lo mejor junto a la la participación del Chino, Chan Kim Sung, que en verdad es coreano. Es el mismo que aparece en Graduados. Chan dice que es el actor con más supermercado encima de la televisión argentina.

Ese domingo de mini maratón internética mis gorditas durmieron la mona de la mamadera –lo último que les queda de bebés- hasta las once. Ni siquiera las despertó el telefonazo de mi vieja, que yo despaché rápidamente (los Kaspin nos permitimos sin factura esas cortadas de rostro). La mañana era mía. Con diarios, mate, marido, serie y un plus, que no esperaba. Según Roxi provocó efectos colaterales.


No podría especificar en qué capítulo pero de repente descubrí al poner play -después de saludar a Cami, mi pre adolescente- que se puede pensar sin grandilocuencias.

“Menos, Roxi”, dice constantemente el personaje de Chan Kim Sung. Y lo suyo se convirtió en un mantra que sentí, me estaba dirigido (mi pasado de estudiante de Psicología me advierte que lo mío puede ser psicosis).

No se necesita crear una superproducción para el prime time del canal de aire con más rating. Entonces –advertí- tampoco hace falta escribir la gran novela y ubicarla en la editorial Planeta.

Se puede pretender menos.

Roxi estaría de acuerdo conmigo. Los films que mayormente vemos las madres de niños pequeños son animados y doblados al español. Maravillosos.“Cualquiera puede cocinar” dice el chef Gusteau en Ratatouille, una de las pelis de cabecera de Emi y More.

Ese domingo le creí al cocinero francés. No hice ningún manjar culinario porque las hornallas hace tiempo que me tienen olvidada (o yo a ellas).
Pero escribí, como cualquiera puede hacerlo. Y publiqué.

Tengo 43 pirulos. Siempre gocé de escribir y hace unos días me autoricé a mostrar. Y bueno, che, todo me cuesta tiempo. Peor hubiera sido “nunca”.

Yo digo que Roxi tiene mucho que ver.

Valeria asegura que es parte del “efecto Majul” (que por suerte no es Luis). Las dos compartimos analista. Con una generosidad inigualable me la prestó. Y si. Es posible que dos amigas íntimas le cuenten su neurosis a una misma profesional. Creo que hace unos años, cuando nuestras locuras estaban más asociadas, hubiera sido más difícil. Pero esa es otra historia.

Según Kaspin.
Escribir me constituye.
Mostrar me hace feliz.


Y Mini se dio cuenta.
Quien lo hubiera dicho. Con su acelere…