Uno más para la lista.
María Teresa Andruetto en su “Lengua madre” –gracias Dani por presentármela- me lleva hasta la localidad de Villegas, en donde uno de sus personajes busca las huellas de un padre que nunca conoció. Julieta -hija y protagonista- se encuentra sin proponérselo con una historia de Manuel Puig.
Una mujer le dice que es la sobrina de Nené, la de “Boquitas pintadas”. En
ese momento para mí se corta la novela –que me interesa- y se cuela una
idea levemente atormentadora: “Puig, otro escritor deseado del que nunca leí
nada”. Y van tantos.
Entonces me acuerdo de él que decía.
Aclaración: Él no es Puig, es Oscar Raúl Cardoso, uno de los grandes del periodismo argentino.
Años de radio y producción. El tipo te desarmaba la trama de una manera que siempre sorprendía e indefectiblemente te dejaba pensando quiénes eran los buenos y en dónde había que ubicar a los malos. O mejor aún, te hacía descreer de los buenos y de los malos.
Era peruca hasta los bigotes y relataba fuera de micrófono historias jugosísimas –no insistan, no las voy a repetir- de los personajes más interesantes. Tenía esa manía que despuntan los cronistas: saben contar los hechos como si los estuvieran escribiendo, aunque sea en la mesa del bar del gallego con las infaltables medias lunas (el café no era lo más recomendable, pero…)
Yo fui testigo.
Seguramente fue en alguna de esas reuniones
de producción. Oscar Raúl Cardoso –que era un irónico profesional- dijo sin una
pizca de ironía que lloraba por los libros que aún no había leído. Y por los
que nunca iba a alcanzar a leer.
Me acuerdo de ese día porque para mí fue revelador. Cardoso y yo podíamos sentir lo mismo. Con la distancia de biblioteca que había en la cabeza de cada uno de los dos.
Tal vez de eso se trata.
Nunca alcanza.
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