lunes, 24 de junio de 2013

Ana. Sus mundos

“¿Cómo se organiza la espera dentro de la espera?”.
Ana López


En otros tiempos fue Carolina.
Hoy es Ana. Sin apodos ni diminutivos.
Escribe.

“Pruebo, pero no lo encuentro”, publicó en su blog Escriticios el 4 de febrero de 2010. Hacía quince años que le escapaba a la ficción y ya le dolía. Tres años después Ana López presenta su novela, Principio de necesidad. En el trayecto hay cuentos con estilo propio, publicaciones y el premio de haber sido finalista en el Rulfo.

¿Qué sucedió entre ese día de verano en que subrayó en su blog que probaba pero no encontraba y el momento en que empezó a escribir? ¿Cómo se enciende una artista que se encuentra anestesiada?

Enigmas.
Y algunas certezas.

La que escribe, la que lee
“Si tuviera que elegir quién en mi es la que escribe, sería una que es escritora todo el tiempo”.

Inventa cuentos desde siempre. O desde que su señorita Marta la tentó a los nueve años leyendo sus narraciones frente a los compañeros. En la adolescencia vinieron los talleres y más tarde la carrera de Letras. Un clásico ahí. En ese transitar por las aulas de Puán 480, Ana dejó de escribir ficción. “La Facultad te mata porque es muy despectiva”, explica, y en algún lugar se arrepiente de Letras. Sin embargo agradece las lecturas.

Ana es y fue lectora.

“Leer me salva –asegura-.  Cuando todo se cae, a mí leer me rescata. Escribir no siempre me salva. A veces me angustia muchísimo”.

Para escribir prefiere la soledad, esa de las seis de la mañana. Pero el silencio no es condición excluyente. Se entiende, vive en familia.

Cuando se mete en sus textos se ubica en un universo paralelo, fuera de la lógica del cotidiano, pero se vale del mundo terrenal. Ana es de las que camina las cuadras que va a desandar su personaje. O visita un hospital de Barcelona, porque ese lugar va a ser el escenario de un encuentro. O mira desde una ventana y ve la foto que es tapa de su novela.

Labura en la hoja.

Labura fuera de la hoja.

Sostiene que escribir es pensar. Incluso va por más y asegura que escribir es mucho más pensar que plasmar. En tanto, frente al binomio inspiración/ transpiración no duda. Ella descree de la inspiración.

Cree en otras cosas.

“Creo en el talento. Y  creo que se confunde la inspiración con una mirada aguzada.  Realizo un tratamiento quirúrgico sobre aquello que veo pero me parece que es un error llamarlo inspiración”.

Ana encuentra una relación dialéctica en eterna confabulación entre “esto de tener tan aguzada la mirada y escribir historias”. No la interrumpas mientras teje y desteje la trama. No le va a gustar.

Principio de necesidad
¿Qué lleva a un artista a sentarse frente a la página en blanco y alinear un sentido, aunque angustie?

Ana responde con la mayor de las profundidades simples: “Escribo porque no puedo no escribir”. Y ante una mesa –que no es la suya- intenta descifrar la experiencia de volver a contar historias después de 15 años de abstinencia. “La decisión de buscar un espacio programático de escritura fue clave”, asegura. El taller. Un maestro. Juan Martini.

También rescata el cruce con un amigo del pasado que le recordó que ella podía hacerlo. “Me encontré con un compañero de los talleres iniciales que me preguntó si escribía y le dije que no. ¿Y vos?, le pregunté. Me dijo que tampoco. Para ese entonces yo ya sentía que cargarle la culpa a la carrera era una coartada, pero apelé al cliché. Él me despidió con una advertencia: lo peor es que nosotros sabemos que podemos escribir”.

La frase quedó dando vueltas en ese espacio particular que nos impulsa a definirnos. Sólo después vino Martini, las consignas disparadoras y empezar.  

Escribir, el acto
Café –varios- un mate y disciplina. En su escritorio hay también teléfono y computadora encendida. Es que al mismo tiempo que crea, se documenta e investiga. Ese dato. Ese lugar. El significado de esa palabra.

Ana tiene una libreta en donde anota. “Hay como un instante en donde se cayó un pajarito de un nido. Entonces yo lo vi y apunté. Tengo una lista larguísima de cosas que pasan”. Muchas veces vuelve a sus anotaciones. Otras, la imagen es tan potente que no necesita ir a buscarla. Como la de dos mujeres desconocidas que están juntas en una habitación, el germen de su novela.

“Mi novela es el resultado de una novela frustrada”, sentencia.

Un día  se subió a un avión que la llevaba a París con la consigna de definir una historia que venía entreverada. Y regresó con otro libro en construcción: Principio de necesidad.

La imagen –la del germen- apareció en el viaje. Dos mujeres desconocidas que comparten una escena. Y le fue anudando la tensión dramática, los personajes secundarios, el conflicto. Es el relato de una espera desde una fibra íntima y poco complaciente. Podría haber sido en un pueblo del interior pero fue Barcelona.

Cuando se sentó a escribir Principio de necesidad temía volver a perderse, como en esa novela que no llegó a ser. Se propuso un plan.

Eran diez días divididos en diez capítulos. Entonces iba a escribir uno por semana.

“Entre el lunes y el martes debía resolver dos páginas, que maduraba el miércoles y el jueves. El viernes y el sábado cerraba. En general el domingo ya estaba pensando el día siguiente”.

Los dos últimos capítulos fueron escritos prácticamente a la vez. “Yo ya tenía claro como terminaba. Quizás me faltaba ajustar los giros retóricos pero conocía el final”.

Cuando escribe ella sabe, sí, pero también se deja sorprender por su trama. “Es lo divertido”, sostiene. Sus textos tienen un fondo críptico. Es lógico, le faltan algunas piezas.

Esas criaturas
“Lo más lindo de volver a escribir, de meterme otra vez en ese mundo que yo ya conocía, fue pensar en esos otros.  Cuando escribís un cuento está buenísimo, cuando escribís una novela es mejor todavía porque estás mucho tiempo absorbido por sus vidas”.

Si hay pinceladas que tienen que ver con ella. Y si, las hay. En Principio de necesidad hay además mucho laburo con el lenguaje. Y aparece también su trabajo, el de afuera, el del mundo terrenal. Ana planta al personaje en la escena y lo deja jugar en sus contradicciones. 

Los ama, pero no es complaciente. Ahora está escribiendo acerca de una mujer que quiere menos y le cuesta más. Pero quien te dice, con el tiempo tal vez se encariñe. Y cuando deba despedirse…

“Terminé Principio de necesidad un 26 de octubre. Lloré todo un fin de semana. Son tres meses de tu vida en donde estuviste metida en ese mundo. Y surge una sensación de ¿ahora qué? El lunes y el martes corregí, con la impresión de que era una bosta, y mandé una copia a una convocatoria de la editorial Textos Intrusos. 10 días después recibí un llamado que no esperaba. Iban a publicarla”.

Y está bien que así sea.
Es una buena historia. Te atrapa. Te lleva a un lugar inesperado.
Julia, su protagonista, vale la travesía.

La anestesia. Los antídotos
15 años sin escribir, la lectura –que siempre salva-, un encuentro azaroso, un maestro que sabe llevarte bien y ahí tenés, una escritora que publica.

Suena fácil.

Pero.

¿Qué sucedió entre el instante en que Ana no encontraba personajes para amar y ese otro en donde volvió a tramar relatos?

“No puedo dar una respuesta.  Cuando pasó, ya estaba ahí otra vez. Era como andar en bicicleta. A mis 18 años pensaba que no había historias para contar. Hoy creo que las historias están por todos lados”.



Es como andar en bicicleta, dice.
Y Ana sí que pedalea.
Hay que seguirla.

sábado, 15 de junio de 2013

Lista Nothomb

Amelie Nothomb es una escritora diferente. Empezás a leerla y querés otro.  Por suerte es muy prolífica. Va lista. Es un top four. 


El primero que leí, mi preferido.
“Una forma de vida”.
 Crónica de la relación epistolar entre una escritora, Amelie Nothomb, y uno de sus lectores. Que este hombre sea obeso hace a la historia.



Ahí nomás, bien cerquita.
“Estupor y temblores”.
Lo terminé ayer. Dice la contratapa que es autobiográfico. No leas la contratapa, porque además de este dato cuenta demasiado. Recién escribí que la novela es perfecta, irónica y hermosa. Justo como me imagino que es Amelie. Mi amiga Gabriela Larralde te diría que le prestes atención a ese ventanal.



Le sigue:
“Cosmética del enemigo”.
Chiquita. Muy llevadera. Me gustó estar ahí. Tal vez podría suscribir un pero. Pero no.



En el cuarto puesto, el último que salíó:
“Matar al padre”.
Nombre increíble. No quería esperar para comprármelo. La pasé bien. No me extasió. Bueno, no siempre tiene que ser el gran viaje.
Un viaje.


Agrego el quinto, recomendación de la amiga Daniela Azulay:


«Brillante como una cacerola». Son cuentos. Es más. Creo que lo primero que leí de Amelie es de ese libro. Fue en un taller que siempre estamos por aceitar con Steinberg y Azulay.



El que no:
“Ordeno y mando”.


Cada uno es un universo diferente. Inquietante. Yo sigo a Amelie Nothomb.
Acepto sugerencias para continuar.

lunes, 10 de junio de 2013

El tema de la resignación

Desafío.

Con miedo y sin red se sostiene en una estructura vacilante.

Los hombros a media asta develan el duelo.

La decrepitud acecha.

Ella.

lunes, 3 de junio de 2013

La palabra esquiva

Tres historias detenidas, rebeldes.

Se niegan, se molestan, se trepan una sobre la otra.

Se retrasan.

Me impacientan.

¿O seré yo la culpable y ellas mis víctimas?

Ires y venires.

Es como "La autopista del sur", de Julio Cortázar. Sin auto y sin grandes intercambios. Entonces no es, descartado.

Son ideas que maniobran en la carretera a trasmano y se desmanejan. Sí, esta posibilidad se acerca más.

¿Se salvarán todas? ¿Alguna? ¿Se entrelazarán?

El tiempo -la carretera- dirá si encuentran la salida. O al menos un caminito al costado.

La letra -que reina y ordena- decidirá.

Si puede.