¿Cómo le avisan a una persona que ese a quien espera va a llegar pero no? ¿Llamarán por altoparlante? Se solicita la presencia de…
“¿Qué pasa?”,
preguntó Guille, que podía advertir mis movimientos más imperceptibles.
“Nada, nada, una tontería”, dije mientras una voz repetía en
mi cabeza que la mujer se había muerto al lado de alguien que desconocía hasta
su nombre.
“Señores pasajeros en quince minutos…”. Me desaté el
cinturón de seguridad ni bien se apagó la señal luminosa. “Esperame”, dijo Guille, mientras se hacía de
su bolso en el portaequipaje. “Me adelanto”, le contesté.
Necesitaba verla una vez más.
¿Por qué necesitaba verla una vez más?
Ella cubierta con la frazada hasta la cabeza. Yo parada. Al
lado -en la butaca- la rubia.
“¿Es tuya?”, preguntó
la mina y levantó del piso la carta de mi compañera de viaje, esa que era de un
Rodolfo P que yo imaginaba Pérez.
¿Quién debía quedarse con ese papel que mi desconocida había
decidido retener en su último viaje? ¿Sus hijas? ¿Mirtha, que la expulsó?
¿Edith, que seguramente la esperaba sin entusiasmo? ¿O yo, que la arropé por
última vez y sentí que su mano estaba fría?
“Les recordamos no olvidar sus pertenencias …”
La azafata recordaba no olvidar y me reí sola. “Como en los
velorios”, pensé. Te reís. Llorás. ¿Había guardado yo mi libro? Todavía me
faltaba leer el final y me angustiaba Diana y me entristecía José Luis y quería
saber… Estaba.
“Disculpame”, insistió la rubia. “¿Es tuya?”
La carta, cierto.
“Sí, es mía”
La guardé mientras Guille llegaba.
No quería ver. Lo sabía, se iban a despedir.
No quería ver. Lo sabía, se iban a despedir.
Caminé hacia la salida pensando en la vieja con los ojos
desencajados. Metí la mano en la cartera. Pasé del libro de Heker y sentí la textura del papel. Lo arrugué, como si quisiera aferrarme. Era la carta de mi primera muerta.
Antes de llegar a la puerta me di vuelta. En el recuerdo el movimiento de la cabeza es en cámara lenta.
Fin
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