martes, 10 de septiembre de 2013

Intrigas de oficina (VI)

(Leé primero las cinco entregas anteriores)

Pensó que era un chiste. Y se rió. Pero él no se reía.

“Te lo quise contar porque me parece que te puede servir”.

Era la segunda vez en un rato que recibía consejos laborales sin pedirlos.

Intenta reordenar la charla. Le cuesta.

“El tema ya venía cocinado –le había dicho el tipo- pero no querían que el despido se pegara con el robo”.

Entonces le volvieron todos los fantasmas de la cleptomanía. ¿La estaban acusando otra vez de todos los robos? ¿Lo habían mandado para que él se lo dijera? ¿Quiénes lo mandaban? ¿La estirada, la secretaria? 
¿El político?

El taxista se dio vuelta para recibir la guita y ella se bajó del auto. Como si quisiera saber. Y no.

Una vez –recuerda- el tipo le pidió que convenciera a su mujer –su amiga- que el de cadeta no era un laburo para ella. Para su mujer, claro. ¿Por qué le pedía a ella que era cadeta que convenciera a su mujer de las desventajas de ser cadeta?

Así de raro era el tipo. Como si en momentos se olvidara a quién tenía adelante. Tal vez se olvidaba.

Bajó del auto después de pagar y antes de llegar al correo le dijo.

“Te echaron porque piensan que sos espía del MAS”.

Con ganas se rió. Era un chiste. Seguro. Pero el tipo no se rió.

En poco tiempo había sido ladrona, cleptómana y ahora espía.

Entonces se acordó del encuentro con la piba de informática en la facultad y se imaginó a los de la Franja diciendo “pero esta es del MAS”. Poco observadores. En todo caso era del MAS, del PTS y de la JUP.

Y ella que ya no almorzaba con las minas. Y todas habrán empezado a atar facultad con MAS y las opiniones políticas y cómo critica a los radicales y vaya a saber qué otros indicios. Alguna vez ella también se armó una película, y cuando empezás –lo sabía- no terminás hasta que el mayordomo es realmente el asesino.

Pero él. Él era otra cosa.

Lo miraba. El señor del correo le pidió su documento y se lo dio. Estaba en otra parte.

¿Cómo podían suponer que era una espía del MAS si adentro de la oficina estaba el tipo, que la cruzaba en su casa más de una vez por semana?

“Te lo digo porque soy tu amigo”.

Me lo dice porque es mi amigo, pensó. Y no supo por qué se lo decía. ¿Realmente pensaba que se lo decía porque era su amigo?

Caminaron una cuadra. Cree que hablaron pero no sabe y se pararon en el cartelito del 60, su colectivo.

“Ey, tu plata”. Se dio cuenta que tenía el brazo estirado con su sobre.

Se lo recibió y lo miró. Pero no le preguntó. ¿Por qué no le preguntó? También se pregunta por qué no le preguntaron o por qué no se preguntó en esa sesión de psicoanálisis en donde estaba tan segura -se ve que no era de preguntarse- por qué en esa sesión en que estaba tan segura de que era cleptómana no le preguntaron de qué era culpable en verdad.

¿Sabría el político, ese que alguna vez le habló de sus libros, que la echaban porque era infiltrada del MAS?

¿La secretaria le quiso decir qué cuando la abrazó y la miró?

¿Qué había para espiar?

Muchas veces su psicoanalista le erraba en la intervención. Como esa vez en que no le preguntó de qué era culpable.

Le hubiera ayudado preguntarse.

¿De qué era culpable la cadeta?

Es tarde.

Ya es otra.

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