sábado, 28 de septiembre de 2013

El vuelo (III)


Estaba en otra parte.

La mujer estaba en otra parte.

Espalda rígida, vista perdida y manos extendidas sobre la rodilla. Como en trance. ¿Tenía que hacer algo yo? En principio decidí no saludar.

“Tal vez más tarde”, pensé, y abrí la cartera. A la mañana, con el mate, había empezado un cuento de Heker y antes del despegue volví a la lectura. Era la historia de Diana y José Luis, en donde él la atormenta con su doble ser, entre la genialidad y la borrachera. Miré hacia atrás y vi a Guille, que charlaba con una mujer de unos 30. ¿Por qué no le propuso que cambiásemos de lugar? Si tanto necesitaba sentarse conmigo...

Me reconocí celosa. ¿Yo quería estar con él?  En mi libro, José Luis –el de Diana- prometía frente a una botella vacía de ginebra que nunca más iba a tomar una gota. A mí me costaba creerle.

“¿Me puedo parar?”.

Yo estaba en otra parte y no entendí qué era lo que decía la mujer.

“Si ya me puedo parar”. Busqué el aviso lumínico y comprobé que sí, que ya  podía desabrocharse el cinturón de seguridad. Se levantó con esfuerzo, cruzó delante de mí y se paró frente al portaequipaje. Había perdido la rigidez. Incluso parecía una persona.

“¿La ayudo?”

“Sí, por favor. ¿Puede bajar mi valija?”

Se refería al equipaje de mano, al mismo que aferraba en el aeropuerto.

Guille -en su asiento- se divertía junto a una  mina que no era yo.

En un instante recordé que él había sido diferente.

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