jueves, 26 de septiembre de 2013

El vuelo (II)


Guille exigía hablar con un superior.

“¿Vos me estás tomando por idiota?”, decía. “En la agencia nos aseguraron que teníamos dos asientos  pegados”.

Y el tipo que le explicaba otra vez que se reprogramaron todos los lugares y que no lo podía solucionar desde su computadora. ¿Por qué tanta  devoción por la cercanía? Para mí la promesa de tres horas limbo, en donde sólo pudiera leer o nada me fascinaba. Si lo decía iba a empezar esa pelea otra vez.  La de a vos te da lo mismo que yo esté o no. Mejor callarme. Mejor que se peleara con el de la aerolínea.

Al final el pibe dijo que si no subíamos perdíamos el avión.

Migraciones sin un cafecito, con lo que a mí me gusta el cafecito del aeropuerto. Pero no había tiempo. Y mientras corríamos por la manga Guille que seguía discutiendo ya sin interlocutor.

“Calmate”, le dije, “son tres horas nada más”.   Iba a contestarme –le conozco esa mirada de odio que se contiene- pero ya estábamos en la puerta del avión y la azafata pedía la tarjeta de ubicaciones. Tuve la sensación de que todos nos observaban de modo sancionatorio. ¿Cómo explicarles que era culpa de él y no mía? 

La mujer me marcó un asiento mientras Guille seguía caminando por el pasillo para buscar el suyo. Ubiqué mi campera en el portaequipaje, que estaba bastante lleno, y me quedé con la cartera. Era la primera butaca pero no me importaba. Es más, pensé, voy a poder estirar las piernas. Cuando me senté la vi.

La señora, la que estaba a un costado en el check in.

La hija no.

La madre.

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