viernes, 16 de noviembre de 2012

El lector converso

Lo que pasa es que yo necesito que me quede algo, si no, ¿para qué? me decía, y yo trataba de explicarle que la ficción te deja mucho, aunque no te enseñe. No había manera. Félix leía sólo ensayos. Entonces se me ocurrió que "ese" podía ser el libro que lo convirtiera al novelicismo, o al cuentismo. Porque es una novela pero también relata la caída de un dictador real. “La fiesta del Chivo”, Mario Vargas Llosa. A mi gusto el mejor V L. El imprescindible.

Y se lo di. Era una especie de engaña pichanga. Tal vez mi suegro caía en la trampa.

Vargas Llosa cuenta una historia desde tres lugares diferentes. Trujillo, o el Chivo, que tiranizó a la República Dominicana hasta 1961. La patrulla que planificaba su asesinato. Y la vida particular de una de sus víctimas: Urania, mi heroína durante un verano.

“Un escalofrío le corre de la cabeza a los Pies. ¡Urania, Urania! Mira que si, después de todos estos años, descubres que, debajo de tu cabecita voluntariosa, ordenada, impermeable al desaliento, detrás de esa fortaleza que te admiran y envidian, tienes un corazoncito tierno, asustadizo, lacerado, sentimental”.

Mi suegro leyó, terminó y pidió más.
Entonces probé con “La leona blanca” y “El chino”, de Henning Mankell. Es que también son ficciones que cuentan historias. Después Félix -que se había enganchado con el sueco- siguió con la saga del inspector de policía Kurt Wallander. Creo que ese fue el momento de la conversión. Ya lo teníamos del lado de las tramas inventadas. ¡Y le gustaban!

Silvina mirá que ya me estoy quedando sin nada para leer.
Era insaciable. Y a mi me hacía feliz saciarlo.

Que “La reina del sur”, de Arturo Pérez-Reverte. ¿No tenés más de él? Y yo, que donde están y que mi vieja tiene otros. Después Saramago: todos los de mi biblioteca. “El lector”, por supuesto. No sé si  le habré dado los cuentos del alemán Bernhard Schlink. La lista sigue.


Mostrámelos primero. Después veo cuál me llevo.

La primera barrera, la que catalogaba de verdad a los libros para Félix era la letra. El tamaño de la letra. Esto es imposible, decía, y pasaba al siguiente. Pero mirá que es lindo. Pero yo no voy a poder leerlo. No se quien hace estos libros que no se pueden leer. Confieso que al cumplir cuarenta lo entendí. Aunque no llega a ser razón para que descarte una buena novela hay letras que me la hacen difícil.




A Félix y a mí los libros nos hicieron amigos.
Ahora, a los 83 años se puso un poco fiaca. Pero tengo esperanzas. De repente cualquier día se vuelve a activar el tráfico literario entre su casa y la mía. Es una de las más bonitas transacciones de las que participé en mi vida.
Se me ocurre que tal vez inventé este blog para que la gente me ayude a aumentar mi lista de recomendados. Félix es un exigente. Y cuando vuelva a la carga…


3 comentarios:

  1. ¡Qué bonita entrada sobre cómo la lectura puede hacer amigos y crear afinidades!

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  2. Sil, recomendale Mi vida en Sordina, de Lodge. Le puede gustar! Es verdad que el tráfico de libros entre casas es una maravilla!

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  3. Lo agendo Iv. Parece que leer esto le prendió el bichito otra vez. Se lo voy a regalar (si encuentro uno de letras grandes).

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