No solo eso. Bette se fue a la biblioteca que frecuenta y como no había nada de la belga que nació en Japón pidió algo de Irving. Se acordaba que yo había hablado de “Una mujer difícil”, de John Irving. Es memoriosa. Pero también es despistada.
Bette se fue a su casa con un Irving en la cartera. Antes de sacarlo tal vez se metió en su taller a pintar, que lo hace y muy lindo. O quizás pasó a por los chicos. O se fue a trabajar y después volvió para buscar a sus nenes. Vaya uno a saber cuándo Sergio y Danilo la dejaron sentarse a leer.
Bette se sienta con su libro en el living. ¿O en el patio? Y
ahí se da cuenta.
Y me escribe. Acá estoy, empezando una novela sobre moros y tesoros.
En vez de John Irving se llevó a su casa un Washington Irving,
señor que escribió historias sobre Granada, España, en 1832. Creo que los leí
de chica. Son los cuentos de la Alhambra.
Después de reírme le contesté. Le prometí “Una forma de vida”,
de Nothomb. También le voy a proponer que se elija algún Irving John. Para cuando termine con la Alhambra, obvio.
Le tengo que preguntar si le viene gustando Irving. Washington
Irving.
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