lunes, 12 de noviembre de 2012

Work in progress

¿Tenés uno de Singer?, le pregunté a mi vieja, fuente de libros de distintas calañas. Y tenía. Todo un estante tenía.

Es que Ivana viene insistiendo con este señor.
Y yo la escucho. Porque sabe.
“Daniel Kaminer no pudo levantarse. Pidió un espejo. En el curso de la noche, la cara se le había afilado, y parecía que la perilla se le hubiera encogido. Daniel Kaminer dijo:

-          Celina, me muero.”
Así empieza.

Hace varios días que estoy con “Los herederos” y recién voy por la página 43. Mi edición tiene 307.
Volví al inicio más de una vez. Me perdí otras tantas. ¿Quién había nombrado a Clara? ¿El moribundo? Y si, la había nombrado. No soy una lectora obsesiva, pero me planteé armar un árbol genealógico de los personajes. ¿Será mucho?  

Cami me pregunta de qué se trata. Lo intuyo, pero todavía no puedo respondérselo. Se advierten aires de tragedia.
Isaac Bashevis Singer escribe en un dialecto en extinción sobre historias de una Europa oriental que ya no existe. En “Los herederos” parece como si el relato atravesara un prisma que difumina la trama en incontables familiares. Nadie parece ser feliz, o al menos abundan las contradicciones. Como en los grandes clásicos.

Se ganó el premio nobel de literatura en 1978. Es hijo y nieto de rabinos. En 1935 –cuando en Europa  ser judío era un trabajo difícil- emigró de Polonia a Estados Unidos, en donde vivió hasta su muerte, en 1991. Siempre escribió en yiddish, el dialecto de sus ancestros. Pero también cuestionó a sus ancestros.

“¿Estaba él, Ezriel, doctor en medicina que ejercía su carrera en la segunda mitad del siglo XIX, obligado a imitar un rito de magia negra que una banda de beduinos practicaba en Asia, cuatro mil años atrás? Pero Ezriel no podía prescindir  de la circuncisión de su hijo”.

Escribe con una densidad que ata, subyuga. Creo que a Ivana el polaco la remonta además a su mínima gran cuota de judeidad: su padre.  
Mi vieja fecha sus libros. Lo compró en 1981, cuando yo tenía 12 años. Vivíamos en Roca. Mi viejo todavía era lector y acumulaba ejemplares en su mesita de luz. Hoy al lado de su cama de Buenos Aires hay una radio, siempre prendida, a cualquier hora. Y ningún libro.

Me pregunto si mi abuelo León leía a Singer en yiddish.  Tal vez mi vieja sepa. No sabe si leía a Singer. No me importa. Yo lo imagino sentado en su casa tan Isaac Bashevis leyendo a Singer.

Para leerlo hay que prepararse un café, dormir a los chicos, apagar el celular y entregarse a escuchar otros universos.Ingresar en su mundo está provocando que mi lectura se desacelere.
Isaac Bashevis Singer. Una experiencia religiosa. Para mí, que soy atea.

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