sábado, 2 de noviembre de 2013

Intermitencias de un rostro (relato completo)

I

La decisión es de otro y sin embargo ahí está ella, esperando a Martín no sé cuanto que tiene las mejores ideas del planeta. ¿Quién quiere un creativo? En esa oficina se necesita un par de soldados, de esos que resuelven. Para pensar…

El teléfono interrumpe pero de todas maneras se las arregla para cerrar la idea. Como si alguien en su interior estuviera escuchando.

“Para pensar estoy yo”. Lo dice con una mínima de voz y levanta el tubo de ese aparato que parece robado de una película de los ochentas.

“Hay un tal Martín que pregunta por vos”.

“Hacelo pasar”. Corta, pero vuelve a llamar. “En cinco minutos hacelo pasar”.

Antes, su café.

Le molestan como nada las determinaciones unilaterales de Lucio adentro de su frontera. Loca la vuelven.

“Es buenísimo el tipo, yo sé lo que te digo. Te va a dar aire en la estructura”.

“Que no necesito respiradores”, le grita, “que preciso gente que se arremangue”. Y ahí la sonrisa de su jefe, la mano que toca su rostro -ella que acepta- y el fin de la discusión. Tiene que irse de ese lugar, se dice una vez más cuando termina el café.

Pero hoy no.

Siempre es hoy no.

Acomoda la silla frente al escritorio. Apila una serie de pendientes desparejos y mientras lee los últimos mails evalúa su peinado en el monitor. Abre la libreta al mismo tiempo que alguien se asoma a la puerta. Si fuera un corto, la escena debería montarse en pantalla partida y en sincro.

“Permiso”, dice el tipo.

Cuando aparece el tal Martín, María se da cuenta que lo conoce.


II

Relee la libreta.

Martín Soto tiene escrito.

No le suena y ella es de las que se acuerdan de las combinaciones de nombres. Igual se arriesga porque está segura.

“Vos y yo nos conocemos”.

Insiste.

“¿De dónde nos conocemos?”

Ehhhhh…

Es como un ataque. O Martín parece sentirlo como un ataque. Porque la observa y no contesta hasta que se sienta.

 “Creo que no. O no me acuerdo…”.

María se convence de que la gente se parece a otra gente.

“Perdoname, te confundí con alguien. Lucio quiere que me ayudes a buscarle una estructura diferente a unos documentales…”

La charla comienza a ser trabajo y ella piensa que de verdad hay un equívoco. O que tal vez lo vio en una fiesta o compartieron un consultorio médico circunstancial. Pero si fue así está claro que ella no se le quedó a él. Y le duele. Y es tonto que le duela, lo sabe. Quizás tiene que ver con su última sensación de soledad. O su pregunta -la diaria- acerca de su relación con Lucio, tan poco necesaria. 

Entonces el gesto.

Un gesto que sólo puede combinar con la cara de ese hombre de unos 40 años, alto, un poco feo -pero también interesante- que está sentado en su oficina.

La intimida. Con sólo mostrarle ese gesto la intimida.

Y ahí la repetición, al mover la boca y mirar hacia un costado con cierta bajada de cabeza. Todo al mismo tiempo.

No lo duda. Ella  vio ese rostro y ese gesto. 

 “Yo te conozco”, insiste.

O ataca.

Martín no responde.

III

María sólo puede hacer foco en ese gesto reiterado que la interpela como si fuera de alguien muy próximo. Sabe -porque lo siente- que el tipo cree que intenta seducirlo. 

A ella le pasa otra cosa.

Ese rostro la reporta a un lugar que la inquieta, justo en el medio de la ficción y de la realidad. Como cuando un personaje se convierte en parte de la vida y provoca sensaciones o cambios de humores que deberían permanecer en el plano de la fantasía.

Al quedarse sola se le impone una idea que la angustia. ¿Y si estuvieron juntos, pero íntimamente juntos, y a ella se le enquistó en el inconsciente ese movimiento de la cabeza, además de una "r" que pronuncia arrastrada y otros signos que no termina de situar? Tal vez sucedió en la época en donde coleccionaba una serie de sin nombres que de a poco fueron desapareciendo del prontuario legal y que hoy no podría ni evocar. 

Entonces ahí sentada en su oficina recuerda a un hombre que habla desde un plano americano frente a un entrevistador que de vez en cuando ingresa en cuadro.

Trata de reconstruir.

Sábado, casa de Lucio a la siesta y él que lee y ella que pone un dvd que sigue hasta el final porque si bien tiene sueño advierte que los personajes -todos reales- se valen de la alquimia que a veces ofrece la cámara, la de transmitir intimidad.  “Creadores” es el tema y hay uno que se anima a resignar omnipotencia y a mostrar sus inseguridades. 

Entonces  busca en la libreta el número que está anotado al lado de Martín Soto y lo llama y le pregunta si es el escritor que en un documental confiesa las dificultades que le provoca la palabra y que se queda mudo, en un silencio que el entrevistador sostiene sin miedo, porque hay momentos en que no tiene más para decir.

Y Martín Soto le dice que sí.

¿Cómo no va a acordarse de él si lo escuchó y observó durante 40 minutos y le creyó cada uno de sus tormentos? 

María se calla en el teléfono. Lucio se asoma a la puerta y golpea con los nudillos en el marco. En ese instante Martín dice en su oreja pero ella no escucha porque su jefe, o su amante, la pone nerviosa. 

Si fuera un corto, las acciones de Martín, María y Lucio deberían grabarse en sincro y a pantalla divida.

Fin

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