Es un año especial para la escuela porque cumple 125 años. Entonces
hay eventos varios, obras de los chicos y discursos que recuerdan. Todo al estilo de la
educación pública en donde se mezcla la emoción y ese formato vintage que te
hace sentir que estás en tu propio patio, frente a tu bandera. También hay
invitaciones formales. Por ejemplo al Ministro de Educación de la ciudad.
Pero el funcionario no asiste al acto central. En su lugar, un segundo o tercero muy simpático pide disculpas y explica que la convocatoria
llegó tarde y que su jefe hubiera querido participar pero que ya tenía la agenda armada.
“Raro”, piensa una madre. “Con la dedicación que se le pone al aniversario… ¿Cómo es que se les escapa ese detalle?”
Es que hay trama. Pero como diría Graham Greene también hay revés de la trama.
Un día antes de la fecha la escuela recibe un llamado desde el despacho del Ministro. La dirección escucha entonces la irrisoria petición de gobierno. Para confirmar la presencia de Esteban Bullrich necesitan que se garantice
un nivel de abucheos cero en el salón en donde se reunirán alumnos, maestros y
padres.
¿Cómo responder a una solicitud tan arriesgada? No se puede prometer tanto. Tampoco se puede pedir tanto.
Igual nadie extraña al Ministro. Tal vez algún fanático que se queda con ganas de abuchearlo. Pero bueno, no va a faltar oportunidad.
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