Yo quería ser como él. Recién empezaba. Y tuve suerte.
Un día me acerqué con desparpajo para comer de su mesa. Me
ofreció un lugar generoso, hay que admitirlo.
Pero después.
Ese pibe progre que en un principio exhalaba barrio, me confinó
con los años a ser testigo de sus transmutaciones.
Los colaboradores más cercanos no pueden precisar en qué momento devino de campechano, compañero de desayunos, narrador de buenas anécdotas y hombre de confiar en jefe a secas. Sin embargo todos señalan como fecha de referencia un 7 de junio.
Los colaboradores más cercanos no pueden precisar en qué momento devino de campechano, compañero de desayunos, narrador de buenas anécdotas y hombre de confiar en jefe a secas. Sin embargo todos señalan como fecha de referencia un 7 de junio.
Tal vez fue su primer quebrantamiento público a puertas
cerradas. O no.
“Que nadie toque nada, me lo llevo a casa”.
El día del periodista en las radios tiene su folklore.
Chorrada de regalos, libros, panes, cds, chucherías, agendas, cuadernos con lapiceras, tonterías, más comida. La
liturgia incluye un banquete compartido. Son los códigos. O al menos los
códigos a los que nos tenía acostumbrado el pibe progre.
“Que nadie toque”.
¿Cuánto tiempo habrá masticado la frase hasta animarse a
decirla? ¿La practicó en su casa o se le ocurrió en el estudio?
“Nada”.
¿Con qué descaro agradeció ese día a su gente en el
micrófono al mismo tiempo que consumaba el crimen de la avaricia?
“Me lo llevo”.
Minutos más tarde, cuando su programa había terminado, llegó
la orden siniestra. El hombre que ya era sólo jefe pidió a quienes llamaba
compañeros de trabajo que llevaran cada uno de los regalos, panes, agendas y afines a su auto.
Fueron cuatro viajes perpetrados a brazo lleno por cuatro
personas. Sin reacción.
El final de la historia es triste y sin gloria. Los objetos acomodados en el vehículo
del jefe el 7 de junio aparecieron en
diciembre intactos, en una baulera perteneciente al progre en deconstrucción. Inclusive
una canasta de panes. Duros, por supuesto. Había una tarjeta. Decía “Feliz día del periodista”.
Existen diferentes versiones que intentan dar una
explicación a la transformación del pibe progre.
Algún ex colaborador incluso llegó a decir que el jefe pensaba con el corazón a
la izquierda pero que guardaba monedas en el bolsillo de la derecha. Hay
acusaciones más serias que no se expondrán en este escrito por falta de
pruebas. También otras miserias, que no se relatan porque son redundantes. Después lo perdí de vista por decisión propia.
El hombre.
Sus hilachas.
Muy bueno!!! Y pensar que a muchos pibes progres le pasa lo mismo te pagan en negro, no te se preocupan por si tenes obra social y ni te indemnizan y se llenan la boca cuando critican al Estado y/o empresas.Que capacidad de desdoblamiento de la personalidad, no? Besote! Ana Carla
ResponderEliminarHasta que dejan de desdoblarse, ¿no? Gracias Anita por la lectura.
ResponderEliminarInteresante forma de narrar, me ha gustado.
ResponderEliminarGracias Pernando.
ResponderEliminarExcelente! ¿Te das cuenta queridísima compañera de banco por qué estoy en la ruta haciendo radio? Beso y abrazo!
ResponderEliminar.
Te quiero hormiguita viajera!
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias por leer Xosé.
ResponderEliminarBuena narrativa para describir sobre todo a muchos políticos (pibes progres).
ResponderEliminarSaludos,
Lucrecia
Políticos, periodistas, economistas, etc, etc. Gracias Lucrecia.
ResponderEliminar