domingo, 28 de abril de 2013
La borrosa nitidez de un instante
Un instante robado a la
secuencial intimidad de dos.
Es la nitidez de una hermandad
que al espiarla, se hace borrosa.
Imposible entrar.
Tampoco intento.
El diálogo, cosa de ellas.
lunes, 22 de abril de 2013
La infiel
“Dejá, ese no lo
envuelvas”.
¿Se puede amar dos libros a la vez?
“El mundo según Garp” de John Irving estaba en mi cartera
cuando llegué a la librería. Inocente él, no sabía. Comprar un regalo era
solo una excusa, o una verdad partida. Yo iba a llevarme además “El amor nos
destrozará”, de Diego Erlan.
“Despertarte y tomar el libro antes que la taza de café”. Las palabras de Gaby en un tweet, alcanzaron
para tentarme. Soy mujer de un solo libro. Pero a veces, las
circunstancias.
Que es su cumpleaños. Que tengo que elegirle algo y que van
a ser cuentos o una novela. Y que ahí está ese. Y cómo no lo voy a llevar.
Total, si siempre necesito próximas lecturas.
Resultado: el ejemplar de Erlan se desliza junto a Irving en mi bolso.
Se rozan, estoy segura.
Ni bien atravieso la puerta de la librería busco en el
interior de la cartera. Y en la vereda, leo la primera página.
“Para pispear nomás”, me convenzo.
Una señora con perro y changuito me dice que no es lugar. No
me importa pero le hago caso. Y empiezo a caminar con el libro abierto.
Ya lo sé. Lo intuyo. La traición a Garp amenaza a la vuelta
de la esquina.
Llego a casa. Poco tiempo. Voy a salir. Recambio de objetos.
Y sucede.
Dejo en la cartera la novela recién comprada en vez de reservarla
en la biblioteca. ¿Es un error? No. Porque al minuto sale “El mundo según…”. Como si fuera un acto sin
importancia.
Pero.
Es difícil dejar a Irving. Lo quiero. Me acompaña. Debo admitir que es una relación tierna, sin
pasión. Quizás “El amor…” nos encontró
en una meseta y… “No me faltás Garp”, me dan ganas de gritarle. Pero tal vez
sea una verdad a medias. Y para qué quemar naves, ¿no?
Un viaje en colectivo y estoy adentro de la historia de
Erlan. Después en la sala de espera, al lado de la cama de mi madre, que se
recupera, en un bar mientras espero a Dani.
Soy mujer de un solo libro. Sin embargo, confieso,
me entregué a los encantos del tercero. Leo sobre el amor y sus
destrozos y estoy ahí.
Señor Irving, las disculpas del caso. Garp sabrá esperar.
Y yo volveré.
Creo.
lunes, 15 de abril de 2013
Hay historia
Ayer. Sábado a la noche. Mucha gente. Cerveza negra. Y Dani, que dice: “Mi primer Auster se lo leí a otra
persona. Se lo leí a una sobreviviente”.
Me es imposible evitar pensar en “El lector” de
Bernhard Schlink. De ese libro me gusta adelantar poco y nada.
Porque es uno de esos relatos que merecen ser descubiertos sin mucha data. Odio
su contratapa, que anticipa y tanto. Se puede decir que es la historia de una
relación: chico que lee/ mujer mayor que él lo escucha/ Alemania/ post
guerra. Y nada más. El resto, a entregarse y ya. Triste que sea película de
cine. Aunque puedo entender la tentación de filmarla.
Hoy. Domingo. Cambio la yerba del mate. El agua todavía
sirve. Del lector a la lectora. Preguntas.
¿Quién es la sobreviviente de Dani? ¿Por qué necesita que le lean?
Entonces, el dibujo de la escena en mi cabeza. Llega, saluda,
se sienta. Intercambian algunas frases. Tal vez recuerdan en donde habían dejado. Pero me faltan datos. ¿Cumple horario? ¿En donde una pausa? ¿Cómo se lee el final?
Ayer. Sábado. Que los
saludos. Que el centro estaba en otra parte. Que no daba. Dani que dice. Y yo me
quedé con las ganas. Es que así son las historias. Cuando tienen que aparecer,
no miden circunstancias.
¿Por qué Dani se convirtió en la lectora de una
sobreviviente con “El palacio
de la Luna”, edición 1994, el primer Auster para ella?
Me acordé de "El lector" pero podría haber
pensado en “Amelie”, la película de esa chica francesa tan hermosa que andaba
en bicicleta y leía a domicilio.
El agua del mate está fría. Lavadísmo.
Después lo renuevo.
Con suerte ceba Dani.
miércoles, 10 de abril de 2013
El pibe deshilachado
Yo quería ser como él. Recién empezaba. Y tuve suerte.
Un día me acerqué con desparpajo para comer de su mesa. Me
ofreció un lugar generoso, hay que admitirlo.
Pero después.
Ese pibe progre que en un principio exhalaba barrio, me confinó
con los años a ser testigo de sus transmutaciones.
Los colaboradores más cercanos no pueden precisar en qué momento devino de campechano, compañero de desayunos, narrador de buenas anécdotas y hombre de confiar en jefe a secas. Sin embargo todos señalan como fecha de referencia un 7 de junio.
Los colaboradores más cercanos no pueden precisar en qué momento devino de campechano, compañero de desayunos, narrador de buenas anécdotas y hombre de confiar en jefe a secas. Sin embargo todos señalan como fecha de referencia un 7 de junio.
Tal vez fue su primer quebrantamiento público a puertas
cerradas. O no.
“Que nadie toque nada, me lo llevo a casa”.
El día del periodista en las radios tiene su folklore.
Chorrada de regalos, libros, panes, cds, chucherías, agendas, cuadernos con lapiceras, tonterías, más comida. La
liturgia incluye un banquete compartido. Son los códigos. O al menos los
códigos a los que nos tenía acostumbrado el pibe progre.
“Que nadie toque”.
¿Cuánto tiempo habrá masticado la frase hasta animarse a
decirla? ¿La practicó en su casa o se le ocurrió en el estudio?
“Nada”.
¿Con qué descaro agradeció ese día a su gente en el
micrófono al mismo tiempo que consumaba el crimen de la avaricia?
“Me lo llevo”.
Minutos más tarde, cuando su programa había terminado, llegó
la orden siniestra. El hombre que ya era sólo jefe pidió a quienes llamaba
compañeros de trabajo que llevaran cada uno de los regalos, panes, agendas y afines a su auto.
Fueron cuatro viajes perpetrados a brazo lleno por cuatro
personas. Sin reacción.
El final de la historia es triste y sin gloria. Los objetos acomodados en el vehículo
del jefe el 7 de junio aparecieron en
diciembre intactos, en una baulera perteneciente al progre en deconstrucción. Inclusive
una canasta de panes. Duros, por supuesto. Había una tarjeta. Decía “Feliz día del periodista”.
Existen diferentes versiones que intentan dar una
explicación a la transformación del pibe progre.
Algún ex colaborador incluso llegó a decir que el jefe pensaba con el corazón a
la izquierda pero que guardaba monedas en el bolsillo de la derecha. Hay
acusaciones más serias que no se expondrán en este escrito por falta de
pruebas. También otras miserias, que no se relatan porque son redundantes. Después lo perdí de vista por decisión propia.
El hombre.
Sus hilachas.
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