“¿Cómo se organiza la espera dentro de
la espera?”.
Ana López
En otros tiempos fue Carolina.
Hoy es Ana. Sin apodos ni diminutivos.
Escribe.
Ana López
En otros tiempos fue Carolina.
Hoy es Ana. Sin apodos ni diminutivos.
Escribe.
“Pruebo, pero no lo encuentro”, publicó en su blog Escriticios el 4 de febrero de 2010. Hacía
quince años que le escapaba a la ficción y ya le dolía. Tres años después Ana López presenta
su novela, Principio de necesidad. En
el trayecto hay cuentos con estilo propio,
publicaciones y el premio de haber sido finalista en el Rulfo.
¿Qué sucedió entre ese día de verano en que subrayó en su
blog que probaba pero no encontraba y el momento en que empezó a escribir?
¿Cómo se enciende una artista que se encuentra anestesiada?
Enigmas.
Y algunas certezas.
Y algunas certezas.
La que escribe, la que lee
“Si tuviera que elegir quién en mi es la que escribe, sería una que es escritora todo el tiempo”.
“Si tuviera que elegir quién en mi es la que escribe, sería una que es escritora todo el tiempo”.
Inventa cuentos desde siempre. O desde
que su señorita Marta la tentó a los nueve años leyendo sus narraciones frente
a los compañeros. En la adolescencia vinieron los talleres y más tarde la
carrera de Letras. Un clásico ahí. En ese transitar por las aulas de Puán 480,
Ana dejó de escribir ficción. “La Facultad te mata porque es muy
despectiva”, explica, y en algún lugar se arrepiente de Letras. Sin embargo
agradece las lecturas.
Ana es y fue lectora.
“Leer me salva –asegura-.
Cuando todo se cae, a mí leer me rescata. Escribir no siempre me salva.
A veces me angustia muchísimo”.
Para escribir prefiere la soledad, esa de las seis de la
mañana. Pero el silencio no es condición excluyente. Se entiende, vive en
familia.
Cuando se mete en sus textos se ubica en
un universo paralelo, fuera de la lógica del cotidiano, pero se vale del mundo
terrenal. Ana es de las que camina las cuadras que va a desandar su personaje.
O visita un hospital de Barcelona, porque ese lugar va a ser el escenario de un
encuentro. O mira desde una ventana y ve la foto que es tapa de su novela.
Labura en la hoja.
Labura fuera de la hoja.
Sostiene que escribir es pensar. Incluso va por más y
asegura que escribir es mucho más pensar que plasmar. En tanto, frente al
binomio inspiración/ transpiración no duda. Ella descree de la inspiración.
Cree en otras cosas.
“Creo en el talento. Y
creo que se confunde la inspiración con una mirada aguzada. Realizo un tratamiento quirúrgico sobre
aquello que veo pero me parece que es un error llamarlo inspiración”.
Ana encuentra una relación dialéctica en eterna
confabulación entre “esto de tener tan aguzada la mirada y escribir historias”. No la interrumpas mientras teje y desteje la trama.
No le va a gustar.
Principio
de necesidad
¿Qué lleva a un artista a sentarse frente a la página en blanco y alinear un sentido, aunque angustie?
¿Qué lleva a un artista a sentarse frente a la página en blanco y alinear un sentido, aunque angustie?
Ana responde con la mayor de las profundidades simples: “Escribo
porque no puedo no escribir”. Y ante una mesa –que no es la suya- intenta descifrar
la experiencia de volver a contar historias después de 15 años de abstinencia.
“La decisión de buscar un espacio programático de escritura fue clave”, asegura.
El taller. Un maestro. Juan Martini.
También rescata el cruce con un amigo del pasado que le
recordó que ella podía hacerlo. “Me encontré con un compañero de los talleres
iniciales que me preguntó si escribía y le dije que no. ¿Y vos?, le pregunté. Me
dijo que tampoco. Para ese entonces yo ya sentía que cargarle la culpa a la
carrera era una coartada, pero apelé al cliché. Él me despidió con una
advertencia: lo peor es que nosotros sabemos que podemos escribir”.
La frase quedó dando vueltas en ese espacio particular
que nos impulsa a definirnos. Sólo después vino Martini, las consignas
disparadoras y empezar.
Escribir,
el acto
Café –varios- un mate y disciplina. En su escritorio hay también teléfono y computadora encendida. Es que al mismo tiempo que crea, se documenta e investiga. Ese dato. Ese lugar. El significado de esa palabra.
Café –varios- un mate y disciplina. En su escritorio hay también teléfono y computadora encendida. Es que al mismo tiempo que crea, se documenta e investiga. Ese dato. Ese lugar. El significado de esa palabra.
Ana tiene una libreta en donde anota. “Hay como un
instante en donde se cayó un pajarito de un nido. Entonces yo lo vi y apunté. Tengo
una lista larguísima de cosas que pasan”. Muchas veces vuelve a sus anotaciones.
Otras, la imagen es tan potente que no necesita ir a buscarla. Como la de dos
mujeres desconocidas que están juntas en una habitación, el germen de su novela.
“Mi novela es el resultado de una novela
frustrada”, sentencia.
Un día
se subió a un avión que la llevaba a París con la consigna de definir
una historia que venía entreverada. Y regresó con otro libro en construcción: Principio de necesidad.
La imagen –la del germen- apareció en el
viaje. Dos mujeres desconocidas que comparten una escena. Y le fue anudando la tensión
dramática, los personajes secundarios, el conflicto. Es el relato de una espera
desde una fibra íntima y poco complaciente. Podría haber sido en un pueblo del
interior pero fue Barcelona.
Cuando se sentó a escribir Principio de necesidad temía volver a
perderse, como en esa novela que no llegó a ser. Se propuso un plan.
Eran diez días divididos en diez
capítulos. Entonces iba a escribir uno por semana.
“Entre el lunes y el martes debía resolver dos páginas, que maduraba el miércoles y el jueves. El viernes y el sábado cerraba. En general el domingo ya estaba pensando el día siguiente”.
“Entre el lunes y el martes debía resolver dos páginas, que maduraba el miércoles y el jueves. El viernes y el sábado cerraba. En general el domingo ya estaba pensando el día siguiente”.
Los dos últimos capítulos fueron escritos prácticamente a
la vez. “Yo ya tenía claro como terminaba. Quizás me faltaba ajustar los giros
retóricos pero conocía el final”.
Cuando escribe ella sabe, sí, pero
también se deja sorprender por su trama. “Es lo divertido”, sostiene. Sus
textos tienen un fondo críptico. Es lógico, le faltan algunas piezas.
Esas
criaturas
“Lo más lindo de volver a escribir, de meterme otra vez en ese mundo que yo ya conocía, fue pensar en esos otros. Cuando escribís un cuento está buenísimo, cuando escribís una novela es mejor todavía porque estás mucho tiempo absorbido por sus vidas”.
“Lo más lindo de volver a escribir, de meterme otra vez en ese mundo que yo ya conocía, fue pensar en esos otros. Cuando escribís un cuento está buenísimo, cuando escribís una novela es mejor todavía porque estás mucho tiempo absorbido por sus vidas”.
Si hay pinceladas que tienen que ver con ella. Y si, las
hay. En Principio de necesidad hay
además mucho laburo con el lenguaje. Y aparece también su trabajo, el de
afuera, el del mundo terrenal. Ana planta al personaje en la escena y lo deja
jugar en sus contradicciones.
Los ama, pero no es complaciente. Ahora está
escribiendo acerca de una mujer que quiere menos y le cuesta más. Pero quien te
dice, con el tiempo tal vez se encariñe. Y cuando deba despedirse…
“Terminé Principio
de necesidad un 26 de octubre. Lloré todo un fin de semana. Son tres meses
de tu vida en donde estuviste metida en ese mundo. Y surge una sensación de ¿ahora
qué? El lunes y el martes corregí, con la impresión de que era una bosta, y
mandé una copia a una convocatoria de la editorial Textos Intrusos. 10 días después recibí un llamado que no esperaba.
Iban a publicarla”.
Y está bien que así sea.
Es una buena historia. Te atrapa. Te lleva a un lugar inesperado.
Julia, su protagonista, vale la travesía.
Es una buena historia. Te atrapa. Te lleva a un lugar inesperado.
Julia, su protagonista, vale la travesía.
La anestesia. Los antídotos
15 años sin escribir, la lectura –que siempre salva-, un encuentro azaroso, un maestro que sabe llevarte bien y ahí tenés, una escritora que publica.
15 años sin escribir, la lectura –que siempre salva-, un encuentro azaroso, un maestro que sabe llevarte bien y ahí tenés, una escritora que publica.
Suena fácil.
Pero.
¿Qué sucedió
entre el instante en que Ana no encontraba personajes para amar y ese otro en
donde volvió a tramar relatos?
“No puedo dar una respuesta. Cuando
pasó, ya estaba ahí otra vez. Era como andar en bicicleta. A
mis 18 años pensaba que no había historias para contar. Hoy creo que las
historias están por todos lados”.
Es como andar en bicicleta, dice.
Y Ana sí que pedalea.
Hay que seguirla.
Y Ana sí que pedalea.
Hay que seguirla.