sábado, 25 de mayo de 2013

Infancia con libro

Frío del sur.

Es tan intenso a la mañana que ella se tapa hasta el cuello. Más no puede, está leyendo. Es muy probable que la frazada llegue hasta la boca.

Para las manos tiene una solución: guantes.

En su libro favorito busca “Mil grullas” y llora. Cuando la bomba. Cuando la chica. Cuando el final.

Como todas las veces.  

Foto de un álbum interior que Elsa Isabel Bornemann nunca conoció.

sábado, 18 de mayo de 2013

Obituario


Los 500 chicos a quienes les robaron su identidad.
Los chicos obligados a vivir con los verdugos de sus padres. 
Los desaparecidos de la Santa Cruz. 
Los pibes de La Plata. 
Las detenidas desaparecidas con panza.
Los detenidos desaparecidos.

Las abuelas. Las madres. Las madres desaparecidas.
Los hermanos con infancias rotas.
Julio Morresi, su hijo.
Diego Ferreyra, su padre. 

El dictador. Sus víctimas.

sábado, 4 de mayo de 2013

Una de suspenso


Valeria viajó a Salta. Y cuando vino con la novedad de las vacaciones, me acordé que también yo conocía Salta. Fue hace mucho. Tanto que no me acuerdo de Salta.

Cuando solía  ser periodista trabajaba para uno que hacía investigación y me especialicé en el acotado ramillete de temas que mi jefe manejaba. Si pintaba ruta del narcotráfico, me apuntaba. Y me emocionaba. Es que uno piensa drogas, narcos y se imagina la de suspenso. Nunca tanto chiquita, dirían los chilenos. Bajate de los títulos que la película está en otro lado.

De todos modos, Salta, la linda.

Los caminos del ingreso de estupefacientes al país era un informe para la tele y tele significa camarógrafo, la estrella que pregunta en cuadro y una servidora todo terreno. A la servidora le tocó llegar primero, eso estaba bueno. Y si no hubiera sido por la llamada, habría alcanzado el combo ideal de soledad y lugar bello. 

Me acuerdo perfectamente del centro cívico de edificios coloniales alrededor de la plaza típica. En mi foto, un banco. Y yo que hablo por celular sentada en el banco. Estoy buscando a alguien de la jefatura de policía. Creo que era el comisario. Pero tal vez no. Mi idea era reunirme con el hombre en cuestión y después que se yo. Un rato de paseo. Y comer en algún lugar, por ahí.

Antes de llamar debo haber revisado mentalmente cómo iniciar la conversación. El tipo me había prometido datos. Pistas. Para rastrear el camino de la droga. O el nombre de algún personaje clave. No se. No me acuerdo.

Llamo. Me atiende el comisario o quien fuera. Seguramente me pregunta cómo estuvo el vuelo. O tal vez fue el secretario el que levantó el teléfono y después me pasó con su superior. ¿Le habré dicho que yo podía entrevistarlo en ese momento?

“Claro, venga a la comisaría”.

Y yo, “¿dónde es la comisaría?”

Y él dijo. Y me morí bien muerta de miedo. “Desde donde usted está, en la plaza”…

Siguió hablando pero no lo escuché más. Y me paré. ¿Cómo sabía mi ubicación? Bien podría estar en la habitación del hotel. O en un bar. O frente al monumento de Güemes. O en el aeropuerto mismo.

Pero el señor dijo. Desde donde usted está, en la plaza. Hacia todos los lados miré. Soy paranoica -lo admito- pero a veces me ayudan.

¿Cómo llegué a la comisaría? Ni idea. ¿Si le pregunté de qué manera había averiguado mi paradero momentáneo? No. ¿Si estaba asustada? Si. ¿Si pregunté lo que tenía que preguntar? Ni me acuerdo. ¿Cuánto tardé en regresar al hotel, fuente de una ficticia seguridad? Tiempo récord.  Y no salí más hasta que llegó la cámara y el periodista estrella.

A la distancia puedo aseverar que la investigación sobre las rutas del narcotráfico fue más título que programa. Pero el comisario, o quien fuera, ese que conocía en qué banco estaba sentada, no lo sabía. También existe la  posibilidad de que yo me haya creído la de suspenso. Sin embargo mi lóbulo paranoide está seguro de que me seguían los pasos. Y yo, que se yo. Me debo Salta la linda.