Valeria viajó a Salta. Y cuando vino con la novedad de las
vacaciones, me acordé que también yo conocía Salta. Fue hace mucho.
Tanto que no me acuerdo de Salta.
Cuando solía ser
periodista trabajaba para uno que hacía investigación y me especialicé en el acotado ramillete de temas que mi jefe manejaba. Si pintaba
ruta del narcotráfico, me apuntaba. Y me emocionaba. Es que uno piensa drogas, narcos y se imagina la de
suspenso. Nunca tanto chiquita, dirían los chilenos. Bajate de los títulos que la película está en otro lado.
De todos modos, Salta, la linda.
Los caminos del ingreso de estupefacientes al país era un
informe para la tele y tele significa camarógrafo, la estrella que pregunta en
cuadro y una servidora todo terreno. A la servidora le tocó llegar primero, eso
estaba bueno. Y si no hubiera sido por la llamada, habría alcanzado el combo
ideal de soledad y lugar bello.
Me acuerdo perfectamente del centro cívico de edificios
coloniales alrededor de la plaza típica. En mi foto, un banco. Y yo que hablo
por celular sentada en el banco. Estoy buscando a alguien de la jefatura de
policía. Creo que era el comisario. Pero tal vez no. Mi idea era reunirme con
el hombre en cuestión y después que se yo. Un rato de paseo. Y comer en algún
lugar, por ahí.
Antes de llamar debo haber revisado mentalmente cómo iniciar la conversación. El tipo me había prometido datos. Pistas. Para rastrear el
camino de la droga. O el nombre de algún personaje clave. No se. No me acuerdo.
Llamo. Me atiende el comisario o quien fuera. Seguramente me
pregunta cómo estuvo el vuelo. O tal vez fue el secretario el que levantó el
teléfono y después me pasó con su superior. ¿Le habré dicho que yo podía entrevistarlo en ese momento?
“Claro, venga a la comisaría”.
Y yo, “¿dónde es la comisaría?”
Y él dijo. Y me morí bien muerta de miedo. “Desde donde usted está, en la plaza”…
Siguió hablando pero no lo escuché más. Y me paré. ¿Cómo
sabía mi ubicación? Bien podría estar en la habitación del hotel. O en un bar.
O frente al monumento de Güemes. O en el aeropuerto mismo.
Pero el señor dijo. Desde donde usted está, en la plaza.
Hacia todos los lados miré. Soy paranoica -lo admito- pero a veces me ayudan.
¿Cómo llegué a la comisaría? Ni idea. ¿Si le pregunté de qué
manera había averiguado mi paradero momentáneo? No. ¿Si estaba asustada? Si. ¿Si
pregunté lo que tenía que preguntar? Ni me acuerdo. ¿Cuánto tardé en regresar
al hotel, fuente de una ficticia seguridad? Tiempo récord. Y no salí más hasta que llegó la cámara y el
periodista estrella.
A la distancia puedo aseverar que la investigación sobre las
rutas del narcotráfico fue más título que programa. Pero el comisario, o quien
fuera, ese que conocía en qué banco estaba sentada, no lo sabía. También existe
la posibilidad de que yo me haya creído
la de suspenso. Sin embargo mi lóbulo paranoide está seguro de que me seguían los pasos. Y yo, que se yo.
Me debo Salta la linda.