sábado, 12 de marzo de 2011

El descarte


-Como la Yegua y las fotos- comento mientras persigo a una de las bebés.
-¿Qué? –pregunta Ale, mientras termina de armar el mate.
Sin correr la mirada –Morena es rápida y hay que estar atenta- contesto, pero con otra pregunta.
-¿No sabés la historia de las fotos?
-Creo que no –dice Ale, con dudas.
- Que raro. K la cuenta siempre – se ríe Bruni-. Hasta me pidió permiso para escribirla.
- Es que no puede ser más divina – insisto como tantas veces mientras entrego a Emilia en algún brazo y me siento.
- ¡Pero yo sufrí! –se queja Bru- Al final sos peor que la Yegua.
- Es lo único malo – admito -. Que hayas sufrido.
- ¿Me van a contar? –interrumpe Ale.
- Fue cuando Bruni estaba desarmando su casa, antes del viaje. Un día fui a ayudarla a guardar y tirar…
- La valija tenía sus límites. Y está bien hacer limpieza. Pero esa vez el fenshui…
Parece que Bruni va a desarrollar una explicación sesuda a favor o en contra del desapego. Pero no. O sí.
- Tiré y perdí -sintetiza.
- No entiendo nada – reclama Ale- ¿Por qué perdiste?
- En  un momento –retomo - nos pegó la melanco. Es que no sabíamos cuánto tiempo iba a pasar hasta volver a encontrarnos.  En medio de perdernos entre bueyes Bruni empezó a decir que siempre tuvo la misma cara, desde chiquita. O algo así. Y se levantó de la mesa en donde estaba seleccionando cassettes…
-¿Cassettes de música? –pregunta Ale.
- Si, en esa época todavía los guardaba… –contesta Bruni, mirando al estante en donde Diego junta sus cintas de Silvio. Y tierra.
- Bueno – el relato en sábado y de pantuflas sufre muchas interrupciones-, Bruni  fue a buscar la bolsa en donde había guardado las fotos que se llevaba y…
- ¿Pasás uno? –me reclaman.
-Si, perdón –devuelvo el mate al tránsito y continúo -  Saca una, saca otra, otra. Busca. No dice nada. La Yegua y yo la mirábamos…
- ¿Qué? ¿La Yegua estaba en tu casa? –pregunta Ale.
-Si –resopla Bruni, con tono de “que le voy a hacer, es familia”.
- La Yegua y yo la mirábamos porque parecía que se iba a largar a llorar. “¿Con qué foto se habrá encontrado?”, pensé Pero no venía por ahí la cosa.
- ¿Se habían mojado? –Ale arma sus hipótesis - ¿Estaban todas pegoteadas?
 - El punto estaba en que foto  “no” había encontrado- explico.
- K, no te pongas intrigante – recrimina Ale.
- Esperá un poquito –le digo, sin engánchame en la acusación- Yo veía a Bruni mirando fotos enteritas, impecables, un poco amarillas pero nada más…
Realizo una pausa y me preparo para contar el corazón de la historia, pero otra voz se me adelanta.
- Tiré la bolsa equivocada –murmura la protagonista de la desgracia sin suerte.
Silencio cortado por grito de Ale.
- ¿Qué????
- Cuidado que están las bebés en el piso – avisa Bruni en el mismo tono que antes– Van al enchufe.
- ¿Qué quiere decir que tiraste la bolsa equivocada? – Ale se levanta instintivamente a parar a las nenas, incluso alza a Emilia. Pero sus ojos están en Bru.
- Había decidido deshacerme de las fotos que no quería. Iba mirando una por una y las ponía en una bolsa o en otra. Las dos bolsas iguales.
- Noooo- Ale coloca una mano en su frente. Con la otra sostiene a la bebé.
- Me quedé con las rotas, las repe, las de T menos una, las de esos que no se quienes son. O no me importan. Y ninguna del sobrinaje, que eran todas lindas –recapitula.
- ¿Y qué hiciste?- Ale sufre.
-¿Te cuento lo que hice yo o las bellas y contenedoras palabras  que me dedicó la Yegua? –pregunta mi amiga.
-¿Qué dijo esta vez?
- “Boluda, las fotos no se tiran”.
-Siempre divina –se ríe Ale- Una empatía esa chica…
- Además –agrego pese a que me habían quitado el broche de oro de la boca- estaba claro que Bruni no necesitaba otro cachetazo. Yo no lo podía creer. Quería echarla, pero no era mi casa.
- Pobre Bru – dice Ale mientras la abraza, con Emi incluida. - ¿Y vos? ¿Gritaste, lloraste, la puteaste a ella?
 - No. Se quedó ahí –describo - paradita, con su bolsa de papeles movidos y retratos de ex novios.
- Che, más respeto que ahora son “mis fotos”–defiende-. Ya me acostumbré a la bolsa del descarte.
Y apunta con su celular a Emi y More
-Mirá –nos muestra-  me salió movida. Y la tiro.
Bru toca las teclas de su teléfono.
-¿Y qué?- grita enfrentándose a la puerta.
Emi y More se ríen y mueven sus manitos. Ideal para otro click. Pero Bruni está en otra parte.  
-La tiro –repite con la mirada fija en el picaporte- La borro con este botoncito.
Ale y yo la observamos.
Hasta las nenas se quedan quietas un segundo.
-¡Yegua y la puta que te parió! –se escucha hasta la casa de Josefa, a veinte metros de la mía.
Bru permanece un segundo parada frente a la puerta. Después nos busca, como regresando. Y llega.
 - ¿Cuándo me toca el mate?

viernes, 25 de febrero de 2011

De cómo nació mi hombre de la bolsa

-¡¡¡Que sea la última vez!!!

El viejo Ruckalsky. 
Se volvía loco cuando jugábamos en la puerta de su casa.
Solitario y pendenciero disfrutaba del terror que provocaba en todos los pibes del barrio. O así lo imaginábamos.

Tenía ojos azules. Recuerdo cómo nos observaba con una intención de frialdad que iba desde sus pupilas hasta las grietas de su cara. En ese momento yo no lo sabía, pero los gestos son el jeroglífico de un pasado.

De casualidad, cuando ya vivía en otra ciudad y mi General Roca natal era sólo una memoria emotiva, encontré en un cuaderno que pretendía convertirse en la historia de una familia rural, el relato de las desventuras de dos chicos rusos devenidos argentinos por los avatares de la guerra.

A los once años -cuando apenas había comenzado a cambiar el alfabeto ruso por los modismos del español- Salomón Ruckalsky descubrió que una mujer puede ahogar a su hijo conteniendo el semblante en reposo absoluto.

Ese crimen hogareño mató también a dos hermanos, uno de ellos reciclado más tarde en los ojos del “hombre de la bolsa” que acechó las siestas de mi infancia.